La Laguna norte
Tierra de fantasmas

Zacatecas en México Foto: Anel Mariana Pérez Cabrera


Este escrito tiene por propósito hacer una breve narrativa de la zona norte del estado de Zacatecas en México, en donde convergen los estados de Durango y Coahuila. Brevemente se desarrollarán cinco puntos desde los cuales nos acercaremos a las vicisitudes y contradicciones que se pueden experimentar ya sea por aproximaciones históricas o experiencia en estas tierras. Primero la contradicción que generó una revolución inconclusa, una mirada a la experiencia de viajar  en tren, a la tierra desolada y solitaria, finalmente  a un punto muerto en donde tan sólo se bebe y se canta.

Jairo Alvarado

La tierra es muy roja o muy café, al paso del tren un cielo que al oponerse el sol es tan rojo como una manzana y tan calmo como si se viviera en una tierra desolada: una breve mirada genera confusión: reflejo de sol o tierra de muertos. Se vive en las alturas de los cerros o en la planicie de tierras baldías o sembradíos, a partir de este momento se es hijo ausente, se vive para ir de una tierra a otra, de un camino a otro o de un país a otro, existencia transitoria a veces lúgubre otras alegre: se vive para migrar y ausentarse, para dejar la tierra o ganarse la vida.

Zacatecas representa una de las contradicciones como efecto de la revolución mexicana.  Hasta hace un año era un estado revolucionario por institución, pero desigual y pobre de hecho. Si a finales del siglo XX su atraso económico era considerable, en la actualidad, en el siglo XXI la violencia eclipsa cualquier posibilidad de progreso. De apoco las personas se desplazan  ya no solamente para ganarse la vida, sino para salvarse de cualquier conflicto de violencia.

Como si de alguna manera revolución fuera también olvido

El concepto de revolución en un estado como Zacatecas es un punto clave para comprender el apego y la distancia que las personas tienen por sus tierras; apego a un pasado histórico y revolucionario. Cuando se camina por la plaza de algún pueblo más cercano a la capital se puede constatar el paso de una revolución que dejó a su paso rastros y acontecimientos, pero se constata en ese mismo momento que si hubo revolución, con probabilidad se esfumo con la construcción de un pasado histórico y que en efecto, el presente muestra que para campesinos y trabajadores la revolución fue inconclusa o que el cambio de las estructuras pasó inadvertido. Tierra basta, a veces tan roja y tan seca esperando al temporal, así también la modernidad se somete a cuestionamiento de lado de revolución; como si de alguna manera revolución fuera también olvido al que se lo lleva el tren, el del progreso que sigue su marcha constantemente de ida y vuelta partiendo de la misma estación, regresando al mismo punto. Por ello, siempre vale mirar en las viejas estaciones de tren, constatar que progreso y modernidad se acompañaron de revueltas, rebeliones y revoluciones.
 
El tren de pasajeros fue desapareciendo en México de a poco a partir de la década de los noventa. El viaje en tren era con frecuencia una alternativa para viajar. Al paso de los años la posibilidad de comprobar que el tren llevaba consigo memoria histórica se volvió casi nula; sin tren la comprobación de la revolución queda en libros, estatuas y edificios oficiales. En Zacatecas, anuladas las estaciones del tren se anula la imposibilidad de reconocer una memoria histórica local desde afuera, ahora solo las personas que viven en los pueblos pequeños y cercanos a las vías son responsables de su propia memoria histórica: de sus micro relatos, de sus micro historias y de escribir sus memorias; ahora lo otros, los que transitaban de una estación a otra, de un estado a otro ya no pueden ser participes de acontecimientos del pasado que fueron clave en el periodo revolucionario y que se vivían de paso, al ver los paisajes y llegar a las estaciones de tren. Ahora se desconocen las localidades, pequeños pueblos, territorios que se conectaban a través del tren de pasajeros. Ya no hay historias compartidas, hay pueblos pequeños y solos, abandonados; ya sea por la necesidad de irse y buscar trabajo o por el desplazamiento provocado por la violencia: son localidades o pueblos solitarios y áridos, en los que el único ruido, curiosamente, es el aviso del paso del tren de carga. 

La tierra que ya nadie pisa

Las ciudades, pueblos y ranchos quedan solos a partir del inicio del nuevo año de todos los años. Las personas regresan a las ciudades a donde migran. Poblados por unos días y despoblados por meses, los pequeños poblados, ranchos o municipios son puntos muertos lugares en donde hay actividades que se regulan según temporales de lluvia o de sequías. En estos lugares el silencio predomina, es constante: si es planicie el silencio ensordece, pero si son montañas o cerros el aire hace de voz y opaca los silencios. Pueblos solitarios que se han adaptado al ir y venir de sus pobladores, ellos los que migran son presencia a través de los recuerdos y ausencia al momento de partir. Esta relación de ausencias temporales, de procesos migratorios es una característica de la laguna en el territorio de Zacatecas: su población migra para poder sobrellevar la falta de oportunidades, la sequía y la ineficiencia de los gobernantes. La tierra es baldía, de ella se ausenta la revolución sus hijos y sus hijas,  ahora apenas si se siembra y apenas si se cosecha. A lo lejos los ruidos que emergen al paso del tren hacen eco y anuncia el ocaso de uno de los días de todos los días en donde ya casi no hay nadie.

La mirada al horizonte es una mirada perdida, alejada la maquina locomotora quedan las vías como una idealización del infinito y de la libertad, quedan los caminos de terracería como única salida de una tierra que ya nadie quiere pisar. Ahora no solo caminan y dejan sus tierras para ganarse la vida, ahora son hijos pródigos de una tierra que dejan para sobrevivir al ciclo de violencia esparcido en los municipios de este estado. Por la tierra que ya nadie pisa, quedan aquellos que miran al horizonte como un recuerdo de lo que un día fueron una y algunas revoluciones, una y muchas rebeliones; esperanza de libertad y de igualdad que añoran absortos, como si el ciclo de la tierra cada año fuese un recordatorio de un nihilismo que en palabras de Octavio Paz “no es intelectual, sino una reacción instintiva por lo tanto es irrefutable”. Vuelta cíclica y de temporal ellos llegan y se van, otros permanecen y viven su mundo en la realidad que su tierra y su parcela les brinda, añorando con nostalgia la fiesta y la bebida para compartir con otros y con los suyos. Aquellos que miran absortos al horizonte, quienes son viejos y jóvenes; los que permanecen con la esperanza de cosechar las tierras que siembran, estos beben y cantan, son quienes miran al horizonte el pasado revolucionario, la libertad y el progreso, son quienes miran a los fantasmas en la tierra.

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