Tráfico
¡Una congestión vial es algo genial!
Piense en algo que no le guste a ningún automovilista: a la mayoría de nosotros nos viene a la mente la idea de los embotellamientos. Pero, ¿cómo surge realmente este molesto compañero? Además de las obras, los accidentes y el estado del tiempo, el experto en congestiones viales Michael Schreckenberg localiza la raíz de todos los males en todos nosotros: los conductores.
Inclusive los científicos discuten a veces sobre qué es exactamente un embotellamiento. En cualquier caso, en cuanto se menciona la palabra “atascamiento”, sin importar en qué contexto, la gente normalmente escucha con molestia. En ocasiones llega a tal punto que se extiende el miedo y el terror, aunque sólo se trate de un atascamiento de papel, “normal” en la impresora. En cualquier caso, un atascamiento impide que algo pueda moverse (hacia delante). Y eso también puede llevar a una paralización forzosa. Se mire por donde se mire, los atascamientos siempre van acompañados de una pérdida de tiempo que a todos nos hubiera gustado ahorrar.
Originalmente, la palabra “embotellamiento” [Stau en alemán] procedía de un contexto completamente diferente: en el “embotellamiento”, el hombre no era la víctima, sino el autor. El verbo “verstauen” para designar la acción de embalar algo fuertemente procede en realidad del lenguaje marinero del siglo XIX, por lo que se refiere a la acomodación de la carga del barco.
Sin embargo, hoy en día, los embotellamientos prácticamente son obligatorios. Casi parecen una entidad propia y efímera: están ahí un momento y al siguiente ya no. A menudo aparecen justo cuando no los necesitamos. Peor aún, a menudo ni siquiera sabemos por qué aparecen en tal momento.
Las obras en las carreteras no siempre son la causa de los embotellamientos: a menudo basta con que un conductor reduzca bruscamente la velocidad, y todos los de atrás tendrán que hacerlo también. Al final de esta ola, ya no hay una desaceleración, sino un embotellamiento | Foto (detalle): © Adobe
Estos embotellamientos se denominan “embotellamientos de sobrecarga”. Durante mucho tiempo, su origen se discutió intensamente incluso en el ámbito científico, pero entretanto los investigadores de los embotellamientos han conseguido llegar al fondo del fenómeno utilizando enormes cantidades de datos, así como modelos matemáticos y extensas simulaciones computarizadas. Además de las matemáticas y la física, la psicología de los conductores juega aquí un papel decisivo.
Porque las personas en el asiento del conductor son completamente diferentes a como eran hace apenas un momento. Sufren una especie de cambio de mentalidad cuando agarran el volante y pisan el acelerador. Muy pronto, por ejemplo, se sienten en desventaja frente a los demás. O por decirlo con las palabras del filósofo danés Søren Kirkegaard: “La comparación es el fin de la felicidad y el principio de la insatisfacción”. Y eso es lo que realmente ocurre en la calle todo el tiempo:
Cuando se conduce en un convoy por la autopista, se tiene tiempo para observar. Y al hacerlo, rápidamente tienes la impresión de que te rebasan más vehículos de los que tú rebasas: un simple efecto psicológico. Los coches que me han rebasado circulan delante de mí y, por tanto, los tengo más presentes que los que yo he rebasado y que ahora han desaparecido detrás de mí: fuera de la vista, fuera de la mente.
Además, en el vehículo, eres anónimo, los demás no te conocen. Así que te sientes inclinado a hacer cosas que de otra manera no harías. De manera egoísta, por ejemplo, tratas de no dejar que nadie se mueva al espacio delante de ti. Esto conduce a pequeñas batallas por centímetros, las cuales aumentan la presión arterial bruscamente. Y al final, el flujo de tráfico en la zona detrás del cuello de botella es mucho menor de lo que podría ser ¡gracias al comportamiento de los implicados! Esto es comparable a un embudo que determina lo que puede fluir detrás de él.
Por desgracia, los conductores sólo piensan en el futuro. Sencillamente no se dan cuenta de lo que ocurre detrás de ellos, ni siquiera de la ola del embotellamiento que provocan. Esto cambiará (con suerte) en el futuro, cuando los vehículos automatizados o incluso totalmente autónomos estén en nuestras carreteras. La única pregunta es cómo se llevarán con nuestros conductores humanos.
Originalmente, la palabra “embotellamiento” [Stau en alemán] procedía de un contexto completamente diferente: en el “embotellamiento”, el hombre no era la víctima, sino el autor. El verbo “verstauen” para designar la acción de embalar algo fuertemente procede en realidad del lenguaje marinero del siglo XIX, por lo que se refiere a la acomodación de la carga del barco.
Sin embargo, hoy en día, los embotellamientos prácticamente son obligatorios. Casi parecen una entidad propia y efímera: están ahí un momento y al siguiente ya no. A menudo aparecen justo cuando no los necesitamos. Peor aún, a menudo ni siquiera sabemos por qué aparecen en tal momento.
Como de la nada
Hay una serie de razones para los congestionamientos viales, la cual podemos ver directamente. Se trata, sobre todo, de obras y accidentes en la carretera, pero también del mal tiempo con lluvias intensas o niebla, o simplemente del cegador sol bajo. Sin embargo, la mayoría de los embotellamientos surgen de la nada. No hay ninguna razón aparente, e incluso al salir del congestionamiento, no se puede identificar ninguna causa posible.Las obras en las carreteras no siempre son la causa de los embotellamientos: a menudo basta con que un conductor reduzca bruscamente la velocidad, y todos los de atrás tendrán que hacerlo también. Al final de esta ola, ya no hay una desaceleración, sino un embotellamiento | Foto (detalle): © Adobe
Estos embotellamientos se denominan “embotellamientos de sobrecarga”. Durante mucho tiempo, su origen se discutió intensamente incluso en el ámbito científico, pero entretanto los investigadores de los embotellamientos han conseguido llegar al fondo del fenómeno utilizando enormes cantidades de datos, así como modelos matemáticos y extensas simulaciones computarizadas. Además de las matemáticas y la física, la psicología de los conductores juega aquí un papel decisivo.
Porque las personas en el asiento del conductor son completamente diferentes a como eran hace apenas un momento. Sufren una especie de cambio de mentalidad cuando agarran el volante y pisan el acelerador. Muy pronto, por ejemplo, se sienten en desventaja frente a los demás. O por decirlo con las palabras del filósofo danés Søren Kirkegaard: “La comparación es el fin de la felicidad y el principio de la insatisfacción”. Y eso es lo que realmente ocurre en la calle todo el tiempo:
Cuando se conduce en un convoy por la autopista, se tiene tiempo para observar. Y al hacerlo, rápidamente tienes la impresión de que te rebasan más vehículos de los que tú rebasas: un simple efecto psicológico. Los coches que me han rebasado circulan delante de mí y, por tanto, los tengo más presentes que los que yo he rebasado y que ahora han desaparecido detrás de mí: fuera de la vista, fuera de la mente.
Además, en el vehículo, eres anónimo, los demás no te conocen. Así que te sientes inclinado a hacer cosas que de otra manera no harías. De manera egoísta, por ejemplo, tratas de no dejar que nadie se mueva al espacio delante de ti. Esto conduce a pequeñas batallas por centímetros, las cuales aumentan la presión arterial bruscamente. Y al final, el flujo de tráfico en la zona detrás del cuello de botella es mucho menor de lo que podría ser ¡gracias al comportamiento de los implicados! Esto es comparable a un embudo que determina lo que puede fluir detrás de él.
Los conductores sólo piensan en el futuro
De vuelta a los embotellamientos surgidos de la nada; éstos siguen su propia dinámica a medida que se desarrollan, lo que lleva a una paralización durante un corto periodo de tiempo. En los lugares en los que aumenta la densidad del tráfico, es decir, en los cruces o en las pendientes, el tráfico se vuelve viscoso con sólo una velocidad de diez a treinta kilómetros por hora. En la ciencia esto también se denomina “tráfico sincronizado”, porque entonces todos los carriles se mueven aproximadamente a la misma velocidad. Si sólo una persona frena de repente, por falta de atención, y los demás tienen que frenar aún más repentinamente, una persona acabará por quedarse parada. Y los siguientes también tendrán que parar, al menos durante un momento. Se produce entonces una oleada de frenazos que fluye hacia atrás a unos quince kilómetros por hora. Y, por desgracia, no es una sola ola la que se “dirige” hacia ti, sino una tras otra. Las zonas viscosas son peligrosas porque generan un efecto de bombeo, pues cuando alguien acelera para salir de un embotellamiento está eufórico y, por tanto, menos atento cuando llega la siguiente oleada. Así es como se producen muchos accidentes en los embotellamientos.Por desgracia, los conductores sólo piensan en el futuro. Sencillamente no se dan cuenta de lo que ocurre detrás de ellos, ni siquiera de la ola del embotellamiento que provocan. Esto cambiará (con suerte) en el futuro, cuando los vehículos automatizados o incluso totalmente autónomos estén en nuestras carreteras. La única pregunta es cómo se llevarán con nuestros conductores humanos.