Desigualdad de género
Cultura del silenciamiento

Violencia contra la mujer
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A pesar de la tan difundida imagen del varón “cordial”, factores como la desigualdad de género, la romantización de la violencia, el odio y el miedo hacen de Brasil uno de los países con peores índices de agresiones sexuales y feminicidios.

En los últimos meses, el debate sobre la violencia contra la mujer ganó espacio en Brasil, un debate presente tanto en los grandes medios como en las redes sociales y en los hogares, impulsada por la difusión de diversos casos que volvieron familiares entre la gente expresiones como “feminicidio” o “cultura de la violación”. En este marco resulta necesario interrogarse de qué manera la cultura brasilera favorece la violencia de género, que en nuestro país alcanza uno de los índices más altos del mundo. Según el Mapa de la Violencia de 2015, un estudio realizado por Julio Jacobo Waiselfisz y divulgado, entre otros, por la Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres, Brasil ocupa el quinto puesto en casos de feminicidio. En este contexto, la sumisión y el silenciamiento agravan el problema.

“La cultura de la discriminación de la mujer y la forma en que ésta es revictimizada por las autoridades y por la sociedad llevan al silencio. Los medios de comunicación, las bromas y hasta la educación familiar perpetúan el papel de la mujer sumisa. Durante siglos, en nuestro país la mujer fue tratada como alguien sin capacidad plena para ejercer las actividades de la vida civil. Nuestra sociedad todavía enseña al varón a luchar y a la mujer a ser dócil. Con esta cultura tan naturalizada, el hombre cree que tiene derecho de reprender a la mujer y que ella es efectivamente ‘de él’. Y la sociedad no siempre lo condena por eso”, observa la fiscal Valéria Diez Scarance, coordinadora de la Oficina de Género del Ministerio Público de São Pablo.

Cordialidad

La difundida imagen de un brasilero supuestamente “cordial” se asocia generalmente a un ideal de comportamiento que contribuye al silenciamiento de las mujeres víctimas o testigos de agresiones. Por ejemplo, se estima que en Brasil sólo se denuncia el diez por ciento de las violaciones. “El agresor es, por lo general, un buen ciudadano, sin antecedentes criminales, trabajador, cordial con todo el mundo, menos con la compañera. Cuando pierde el control, culpa a la mujer diciendo, por ejemplo, que no lo obedece, no lo respeta. Entre el perfil público y el perfil privado del agresor hay una total incongruencia. Por eso las personas muchas veces no aceptan que ese hombre cordial sea al mismo tiempo un violador”, observa Scarance.

Aunque ese “hombre brasilero cordial”, descrito por el sociólogo Sérgio Buarque de Holanda (1902-1982) en su libro Raíces del Brasil (1936) sea interpretado con frecuencia como sinónimo de “hombre pacífico”, al escoger el termino el autor ciertamente se refería a “cordial” en el sentido de aquel que actúa guiado por el corazón, por los sentimientos, que prefiere la emoción a los sentimientos. No solamente en la vida privada sino también en la esfera pública.

Pasiones

Desde esta perspectiva puede pensarse la relación entre el varón cordial y la pasión, una relación que muchas veces resulta romantizada en las narrativas de los crímenes sexuales y feminicidios. “Esa romantización del crimen pasional proyecta la falsa y deplorable idea de que el hombre mata por amor cuando, en verdad, mata por egocentrismo y posesión; mata porque no acepta ser rechazado; mata porque no admite que la compañera tenga voluntad y derecho de elegir; mata para rescatar su ‘masculinidad’”, señala la fiscal Scarace. “Después de cometer el crimen, el feminicida generalmente no se esconde. Si no mata a la mujer en la casa, provoca un escándalo público en el lugar de trabajo o donde la víctima acostumbre estar. Uno de los grandes méritos de la ley Maria da Penha [que apunta a castigar con mayor rigor los crímenes domésticos y entró en vigor en 2006] fue justamente desenmascarar esa violencia de modo que lo privado se volviera público”, agrega.

“Quien ama no mata”, resume la activista Inês Castilho, cofundadora de Nós, mulheres, el primer periódico feminista de São Pablo, y actual miembro del equipo del sitio web Outras Palavras. “Pero existen otras formas de pasión, como el odio”, observa. “El problema no es la cordialidad sino el odio. Visto desde el sentido común, no somos cordiales. Brasil es un país esclavista, con una arraigada cultura patriarcal, racista, jerárquica y extremadamente desigual. Esta inequidad se redujo un poco en la última década y media, pero Brasil continúa siendo uno de los países más desiguales del planeta”, analiza.

Poder

“Estos días, mientras caminaba por la avenida Paulista, me llamaron la atención dos episodios en los que varones muy pobres acosaban con mucha agresividad a mujeres de clase media. Ahí se expresa un odio contra el sistema y la mujer es el lugar donde esos varones imaginan que pueden ejercer el poder del que son despojados”, ilustra Castilho. El odio se une al miedo, que es el principal factor del silenciamiento y, en consecuencia, del bajo número de casos denunciados. “Hay muchos temores que funcionan como ‘amarras psicológicas’. La violencia vulnera a la mujer y la debilita para tomar decisiones y sustentarlas. Además, está el temor de la reprobación, el miedo a la venganza, a la vergüenza, y una falta de comprensión de la propia realidad”, dice Scarance.

“En la práctica, desde el punto de vista material, la mujer todavía depende mucho del compañero, no tiene apoyo del estado, y muchas veces tampoco de la comunidad, aunque la consciencia colectiva sea cada vez mayor gracias a los grupos comunitarios de mujeres o de las iglesias. La interacción entre lo privado y lo público está modificando un poco eso de que “entre marido y mujer nadie se ha de meter”, dice Castilho.

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