En Bogotá hay cada vez más huertas urbanas. Ellas producen alimentos sanos y fomentan la conciencia ambiental. Visitamos tres de ellas, que muestran que en Bogotá también hay un espacio para la naturaleza.
Las huertas urbanas son espacios de cultivo en las ciudades, destinados a la producción limpia de alimentos. Suelen desarrollarse en jardines, balcones, terrazas o espacios comunitarios no productivos, como terrenos baldíos. La idea de cultivar en las ciudades modernas ha estado ligada, históricamente, a suplir las necesidades alimentarias de la población en contextos de crisis económica o guerra, pero también ha surgido como la exigencia de espacios verdes por parte de la sociedad civil ante el incesante crecimiento de las ciudades.
En el caso de Bogotá la agricultura urbana se practica con fines alimentarios, educativos, ambientales, recreativos, terapéuticos y comunitarios. En muchos casos, el deseo de crear un jardín también está ligado a la preocupación por la calidad de los alimentos, en un escenario de productos transgénicos, producción en masa y cambio climático. En Bogotá existen ya innumerables huertas informales, que se han convertido para muchas personas en punto de encuentro, actividad cultural y experiencia ecológica. Visitamos tres de ellas, que muestran, cada una a su manera, que en Bogotá, esta ciudad con millones de habitantes, vehículos y edificios de concreto, también hay un espacio para vivir la naturaleza.
“Estamos mejorando la calidad de vida al alentar el consumo de alimentos limpios y, al mismo tiempo, utilizamos material reciclado y educamos a nuestra comunidad”, dice el mayor Vera. Según él, “reciclar y cultivar también es educar”. El objetivo del proyecto ha sido vincular a los retirados de la policía y a la ciudadanía con la agricultura urbana. Además, se espera que de esta huerta se deriven procesos productivos para los casi tres mil miembros de la policía que han sido víctimas del conflicto armado en Colombia. La idea es que puedan encontrar en el trabajo agrícola una herramienta para su rehabilitación. El compromiso ambiental de la huerta es su eje. “Si replicamos esto en todos los edificios de Bogotá, se contribuiría de alguna manera a combatir los efectos del cambio climático”, piensa el mayor Vera. “Y eso es lo que buscamos: construir entre todos la ciudad y el planeta que queremos”.
Consumir lo que sembramos “es volver a la tierra, hacer un alto en el camino y dejar de pensar en modo automático para saber de dónde viene nuestra comida”, afirma Diana Lara, ingeniera forestal y voluntaria en el proyecto. Plantas aromáticas y medicinales, fresas, curubas, pimentón, lechuga y brócoli son algunos de los alimentos que produce la huerta. Está construida en forma circular y cuenta con una sección de lombricultura, un semillero y zona de compostaje. La directora del Goethe-Institut en Bogotá, Katja Kessing, explica que este espacio está abierto para todos los bogotanos, “solo se requiere buena voluntad para entrar a esta comunidad. Son bienvenidos todos los que quieran aportar o aprender”.
Yoga y mercados sostenibles son algunas de las actividades que ofrece el “Jardín comunitario y educativo Casa 82”. Ricardo Guzmán, vecino de la huerta, afirma: “Poner en la mesa productos más sanos, saber de dónde vienen y tener la posibilidad de mejorar todo el entorno de la ciudad es fantástico”.