Herbst ‘89
Por supuesto que no fue por las bananas
Mientras que a la izquierda y a la derecha del Muro de Berlín las hojas de los árboles se pintan de otoño, comienza en la RDA la revolución pacífica. Un año más tarde, Alemania se ha reunificado.
Los hechos son conocidos, ¿pero cómo se sintió de verdad el otoño de 1989? Sobre las manifestaciones de los lunes y la venta a pedazos del Muro de Berlín a las y los turistas.
De Regine Hader y Andreas Ludwig
Del absurdo de las señales de tránsito
Una residente estaciona su auto en plena calle en el barrio de Kreuzberg, en los últimos centímetros de Berlín Occidental, y se dirige a su departamento. No hay tráfico alguno que pudiera obstaculizarla. Pasa por el estrello pasillo entre el frente del edificio y el Muro. El Volkswagen desafía el absurdo del Muro, como si de pronto ésta se le hubiera atravesado en el camino mientras que conducía. Al lado: rieles de tranvía que no llevan a ninguna parte, como la conexión interrumpida hacia un mundo detrás de los grafitis y el concreto. Lo que este idilio en Kreuzberg no muestra son las más de 130 personas que fueron muertas a tiros a lo largo del Muro, tratando de huir.Desde el 13 de agosto de 1961, el Muro cerca a Berlín Oriental; a veces, separa a los números pares de los números impares de las casas que están a izquierda y derecha de la calle. La foto muestra cómo atraviesa las calles de las y los berlineses, cuánto se acerca a sus ventanas y de qué manera tan forzadamente natural viven con ella.
Del otro lado, las y los berlineses occidentales pintan el Muro con aerosol, se apropian de la frontera para usarla como lienzo. Comentan irónicamente, con sus grafitis, el estilo de vida berlinés occidental, y lo hacen directamente sobre el concreto gris que divide la ciudad.
Letreros en cuatro idiomas están tirados sobre la nieve, a lo largo del Muro. Advierten sobre la libertad, o sobre el peligro de cruzar la frontera. Algunos pasos más adelante queda claro que, de todas maneras, es imposible pasar aquí. En ese sitio, en Kreuzberg, se lee: “You” are Leaving the American Sector”. En el lado de Berlín Oriental, una desolada zona restringida se extiende a lo largo del Muro, manteniendo a sus propios ciudadanos lejos de la “frontera de la paz”.
Revolución y velas
“Por supuesto que no fue por la falta de bananas que nos lanzamos a las calles, sino por esa constante sensación de miedo, y porque finalmente queríamos expresar libremente nuestra opinión”, recuerda Katharina Steinhäuser, de Jena.
Las personas lanzan su llamamiento “Nosotros somos el pueblo” directamente al partido oficial SED y a sus líderes y voceros. Cada día 7 de cada mes, los manifestantes salen a las calles para criticar la “abrumadora mayoría”, de 98.5 por ciento, a favor de las políticas del SED en las elecciones locales trucadas del 7 de mayo de 1989.
Todos los lunes, después de las prédicas por la paz en las iglesias de Alemania Oriental, queda claro –cada vez más– que estos números no expresan el voto real en el país. En las manifestaciones de los lunes, las y los ciudadanos marchan contra el régimen. “Al principio, la atmósfera todavía era muy tensa y temerosa”, describe la testigo presencial, quien participó en las manifestaciones en Jena, pues finamente todos los y las asistentes sabían cómo trataba el régimen a las y los opositores. Katharina Steinhäuser describe esa sensación como el tono de fondo de la RDA: un zumbido o murmullo de miedo que estuvieron resonando en segundo plano durante años. “Claro que también había momentos en los que éramos felices, recién enamorados, jóvenes. Pero se esperaba que gritáramos ‘¡Hurra!’ todo el tiempo… e incluso eso podía ser un error. Recuerdo una gran desolación.” Las situaciones y las armas cotidianas estaban permeadas por “la permanente y difusa incertidumbre y por el miedo a hacer algo mal, a que te encarcelaran de manera injusta y a estar a merced del Estado.” Steinhauser recuerda su primera manifestación: “Cuando escuché que en Leipzig se estaban manifestando decenas de miles, me armé de valor. Pensé: Ahora sí ya no puedes quedarte a un lado. Saber cuántos estaban participando ya de suyo nos dio muchos ánimos.”
Reina una atmósfera de optimismo cuando todos están parados unos al lado de los otros y corren a encenderse mutuamente las velas. A pesar de que están conscientes de los brutales ataques a manifestantes en el pasado, de las consecuencias que eso puede tener para sus carreras y para su propia vida, los manifestantes no sólo sienten ánimo y valor sino también alivio. Después de un “largo tiempo de depresión”, cada paso dado de manera conjunta en la calle se vive como libertad. “El solo hecho de manifestarse contra el régimen fue un cambio repentino, decir ‘¡Aquí vamos! Ya no guardaremos silencio acerca de todo lo que nos oprime’.”
En Leipzig protestan las y los ciudadanos dos días después de que se reprimieran brutalmente las protestas por la celebración del cuadragésimo aniversario en Berlín. “¡Sin violencia!”, exigen seis prominentes ciudadanos a los funcionares del SED, y realmente logran que los policías presentes, los militares y los “grupos de combate de la clase trabajadora” se queden pasivos. Los 300 mil manifestantes le dan la vuelta entera al Centro de la ciudad de Leipzig por la calle Ringstrasse: un punto de inflexión.
El periodista Siegbert Schefke filma clandestinamente los sucesos. Su video es llevado de contrabando hacia Alemania Occidental, y se divulga la noticia de la revolución pacífica.
¿Y cómo es que los opositores logran organizar estas protestas? Alguien pasa secretamente una hoja de papel, otro la copia apresuradamente, las palabras en la cuadrícula se ven “inocentes”, casi como una transcripción de una clase escolar. Aunque, en realidad, son profundamente políticas. Con esas hojas sueltas se divulga en pocos días el llamamiento del Nuevo Foro. Por primera vez en la historia de la RDA, los opositores quieren que se les admita oficialmente como grupo político. Son horas de posicionamiento: en pocos días, miles de ciudadanos y ciudadanas habrán firmado el llamamiento.
Berlin Alexanderplatz – en vivo en la televisión de la RDA
“Es como si alguien hubiera abierto las ventanas de un golpe”, dice el escritor Stefan Heyn, y captura de esta manera el estado de ánimo de las 500 mil personas que, el 4 de noviembre en el Alexanderplatz, les demandaron a los líderes del SED una reorientación política. Las y los artistas de diferentes teatros de Berlín Oriental convocan a esta manifestación, esperan a las y los manifestantes. Entretanto, la gente se apiña en los pasillos de las estaciones del metro, entre las rodillas aprietan las pancartas enrolladas y los carteles vueltos hacia abajo. Como ya sucedió en las semanas anteriores en Leipzig y en otras partes, las pancartas y los carteles muestran mensajes imaginativos e irónicos y les dan voz a las más diferentes demandas por una reforma del socialismo en la RDA. Con consignas como “De cara al pueblo” y “13 mil sirvientes de la Stasi no gozan de derechos especiales”, las y los manifestantes les hablan directamente a los dirigentes de la RDA. En la primera manifestación crítica al régimen permitida de manera oficial, las y los ciudadanos reconquistan las calles, y el Estado permite esta acción. La libertad y el cambio cautivan a las personas. Más de 20 oradores y oradoras, entre ellos también representantes oficiales de la política de la RDA, analizan la situación de su país y presentan sus demandas. Todo está en silencio: es posible que nunca antes las y los manifestantes en la RDA hayan escuchado los discursos con tanta atención.
Los pensamientos críticos resuenan más allá de la plaza y llegan hasta los sofás plegables de la república: La televisión de la RDA emite en vivo y demuestra de esta manera la disposición al diálogo de su gobierno. No sabemos si al final se hubiera dado este diálogo, y si la RDA se hubiera desarrollado para convertirse en un Estado democrático: cinco días más tarde cayó el Muro de Berlín. Las exigencias hacia adentro a favor de las reformas ahora estaban bajo la presión de la frontera abierta. Mientras que cientos de miles iban al Oeste, la RDA se disolvía desde adentro.
Cuán conscientes estaban del valor político e histórico de sus acciones lo demuestra un círculo en medio de la multitud: un grupo de manifestantes está juntando las pancartas al final del evento y después las depositan frente al Museo de Historia de Alemania, el museo oficial de historia de la RDA.
El efecto es inmediato
“Hasta el final no creí que se fuera a abrir el Muro”, recuerda Katharina Steinhauser. “Una vez nos visitaron amigos de Bonn. Cuando los fuimos a despedir a la estación de trenes, mi hija pequeña dijo: ‘Pero la próxima vez nosotros vamos allá a visitarlos’, yo le respondí: ‘Eso no va a pasar nunca’. Nunca hubiera creído que la caída del Muro se fuera dar, incluso relativamente pronto.” Cuenta cuán central era el deseo por libertad, por la posibilidad de viajar y de hablar con libertad, y que la mayoría no quería el fin de la RDA, sino sólo una reforma.
“¿Cuándo entra en vigor?” Era como estar parado frente al pizarrón en la escuela, respondiendo un examen. Las preguntas de las y los periodistas aparentemente sorprenden a Günther Schabowski, quien contesta con torpeza, quizá esperando que alguien le susurre la respuesta al oído, después de que hubo anunciado las nuevas regulaciones para viajar. “Hasta donde yo sé… El efecto es inmediato… de inmediato.” Por error, el jefe del SED en Berlín declara la inmediata caída del Muro de Berlín, algunos minutos después las noticias del día anuncian que la frontera está abierta.
La extrema tensión de los días anteriores se descarga. Miles de berlineses y berlinesas orientales se dirigen a pie o en sus autos hacia el Muro, donde domina la incertidumbre: por un lado, se declara que la frontera está abierta; por otro, los guardias fronterizos no están informados. En un principio, las barreras no se mueven, la frontera sigue cerrada. Poco después de las 21 horas, las y los primeros ciudadanos de la RDA reciben permiso para salir del país, los oficiales invalidan sus pasaportes, es decir, los expatrian. “Con frecuencia la gente me pregunta por qué, siendo hija de un pastor, no hice una solicitud para salir del país. Pero hubiera tenido que abandonar a mi familia. No siquiera se nos ocurría que el Estado se pudiera disolver. Lo único que queríamos era poder ir al otro lado, hacer un viaje y regresar.” Los sellos que invalidaron los pasaportes hicieron realidad ese miedo colectivo a la expatriación, que acompañó durante mucho tiempo aún a Katharina Steinhäuser. “La preocupación de no poder volver a entrar el país la sentí durante mucho tiempo después. Para mí sigue siendo algo especial cuando voy a Turingia y veo el puesto fronterizo y alguien critica a un político o política. En esos momentos todavía bajo la voz, no sé si puedo confiar en que eso ahora sea posible.”
“Estamos desbordados”, informa el comandante a cargo del control fronterizo en la calle Bornholm a las 23:30 hrs., y es el primero en abrir completamente el paso: los sellos de invalidación de los pasaportes ya no se tocan, la gente atraviesa a raudales la frontera. “Fue la pura sensación de liberación, el júbilo, es algo casi imposible de olvidar. Todavía se me pone la piel de gallina, cuando lo recuerdo y veo las imágenes de esa época en la televisión”, rememora Steinhauser.
Esa noche, en las calles de Berlín se mezclan el alivio y la euforia con la curiosidad y la sensación de estar viviendo algo imposible. A la medianoche todos los pasos fronterizos en la ciudad están abiertos. El estado de ánimo es exuberante y bullicioso, las cantinas sirven cerveza gratis, las personas del Este y del Oeste se abrazan eufóricas, aplauden, se ayudan mutuamente a subir al Muro que los separó durante décadas, bailan. Son las imágenes más alegres de esa época. A pesar de todos los problemas que vendrían después, siguen definiendo la narrativa de la unidad.
Un testigo ocular, que estaba fotografiando a las felices personas frente al Muro, recuerda: “Y cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, noté también a los Vopos (la Policía del Pueblo), con sus uniformes verde oliva. Como figuras de cera, estaban parados a lo largo del Muro, a una distancia de dos brazos uno de otro, y parecían observarnos. Vaya contraste.”
El primer día del “otro lado”
En el lugar en el que desde la construcción del Muro se habían encarado los tanques soviéticos y los estadounidenses, los medios de comunicación filmaban ahora en vivo a los berlineses y berlinesas orientales que se dirigen en masa hacia Berlín Oriental. Quieren “echar un vistazo”. Los mayores quieren volver a pasear por el Kurfürstendamm, visitar a amigos y parientes. Los jóvenes descubren nuevos lugares donde los planos de la ciudad alemanes orientales sólo mostraban superficies blancas. Mientras tanto, muchas sillas permanecen vacías en las oficinas, las máquinas en las fábricas están abandonadas, todo mundo está de visita en Berlín Occidental. Ni quien piense en el trabajo. Sin embargo, algunos no quieren participar en el barullo, o defienden “la trinchera” por razones políticas.Entre Golfs y BMWs avanzan los Trabanten o Trabbis de Berlín Oriental por el tráfico nocturno de Berlín Occidental. Algunas horas después de las noticias transmitidas por la televisión alemana occidental, Berlín Occidental semeja una enorme fiesta callejera. “Es una mezcla de diferentes sentimientos. En mi primera visita, naturalmente, fue una gran sorpresa ver cómo era todo. Aunque tampoco soy ciega y tenía claro que había otros problemas detrás del Muro, que nuestro sistema actual excluye a ciertas personas o que crea nuevos problemas. Todo lo que era A, ahora es Z. Todo lo que era importante, ahora no lo es, o viceversa”, recuerda Katharina Steinhäuser acerca de su primera visita a Berlín Occidental.
En los días siguientes, también las y los berlineses occidentales le echan un vistazo a Berlín Oriental. Al principio, todavía solicitan visas por un día, pasan controles fronterizos, tienen que cambiar dinero. Porque nadie quiere ya llevar a cabo los controles ni soportar la burla o la ira de los viajeros, los curiosos atestiguan pronto la disolución de cualquier orden, ya nada es burocrático. Se dice que algunos lograron entrar a la RDA mostrando un boleto de tren en lugar de una identificación, otros se quedaron parados frente al Muro, sólo en ese momento pudieron creer que realmente estaba abierto.
De cómo el Muro se convirtió en material
Resuenas golpes regulares, desde lejos se oye como si se tratara de un festival de desinhibidos bricoladores. Pero el martillo –en realidad, símbolo de las y los obreros en la bandera de la RDA– golpea miles de veces contra el Muro en las semanas posteriores a su caída.
Durante años, el Muro fue para ambos lados de la ciudad una edificación real, que cortaba los rieles de los tranvías, que delimitaba posibilidades, relaciones y caminos. Pero, al mismo tiempo, el Muro era también un símbolo de la Guerra Fría, del “conmigo o contra mí” de la pertenencia a los bloques políticos, ya fuera la política reaccionaria del consumo o la falta de libertad política. Simbolizaba un orden que no permitía los matices y que confrontaba a las y los ciudadanos de ambos lados con su propia impotencia. Durante esos días de noviembre, también se liberaron físicamente.
Con martillo y cincel no sólo le ponen fin a la inaccesibilidad física del Muro, sino que también destruyen el plano simbólico del concreto: lo desproveen de su autoridad política. En el nuevo destino de viaje, el Muro de Berlín, la gente se abalanza sobre él para desmontarlo, trabajan hasta sus últimas fuerzas para ello. Los martillazos de los “pájaros carpinteros del Muro” resuenan durante semanas enteras. El final, el concreto vuelve a ser lo que era antes de que se le diera forma: mero material. Termina como relleno para la construcción de calles.
En esa escena entre el Reichstag y el Postdamer Platz un “pájaro carpintero del Muro” está sentado a horcajadas sobre el Muro de Berlín, una pierna en el este y otra en el oeste. La estética de ese tiempo está permeada por los contrastes: situaciones que algunos días antes hubieran parecido imposibles les permiten a las personas respirar libertad y sentirse vivos. Son horas en las que todo parece posible.
Porciones de la frontera
Muchos “pájaros carpinteros del Muro” conservan un pedazo del Muro como recuerdo. Lo que arrancan en un segundo del Muro, al siguiente segundo ya se ha capitalizado. Profesionales desintegran la antigua frontera estatal y la venden, en pedazos, a los turistas y a quienes olvidaron sus propias herramientas. En noviembre de 1989, un trozo de Muro cuesta 5 marcos alemanes.El diario berlinés Tagesspiegel informa sobre un empresario de la demolición que compra segmentos de concreto del Muro, los fragmenta sistemáticamente, en caso de duda utiliza pintura en aerosol y, finalmente, los vende con ”certificado de autenticidad” en un mercado que no se agota. Todavía hoy es posible adquirir estos souvenirs en las tiendas de los museos… de donde quiera que sea que procedan estas reservas inagotables.