La construcción del Otro
"Brasil sigue impregnado de racismo"
¿De qué modo influyeron los relatos de viaje de los naturalistas europeos del siglo XIX sobre la formación de estereotipos racistas? Una entrevista con el antropólogo brasileño Renato da Silveira.
De Tânia Caliari
Al abordar el tema del racismo, usted considera que la postura racista cotidiana se produce entre otras cosas bajo la influencia del “racismo científico”. ¿Cuál es el punto de contacto de las teorías científicas racistas con el sentido común racista de hoy en día?
Las nociones discriminadoras son comunes a todos los pueblos. Hay dos textos interesantes, uno de Claude Lévi-Strauss, Raza e historia y otro de Xavier Yvanoff, Antropología del racismo: ensayo sobre la génesis de los mitos racistas, que muestran cómo esa disposición de despreciar al otro es una cosa que existe desde el origen de los tiempos. Las tradiciones orales, mitos, leyendas, sermones, crónicas de viajeros y la literatura de todos los pueblos revelan una desconfianza, una depreciación física y moral del otro.
Por lo general, el otro es considerado como portador de deshonestidad y de instinto asesino, tiranía política, hedores imposibles, dolencias repugnantes, deformidades. La religión del otro siempre es una superstición, un culto diabólico, sus sacerdotes son unos estafadores. Esas acusaciones iban pasando de generación en generación, inclusive historias de hombres sin cabeza, hombres con un rostro en el vientre, pies enormes. En fin, al mismo tiempo que sentimos atracción por el otro, por el diferente, es parte de la condición humana sentir también aversión por el otro... dependiendo de las circunstancias se puede manifestar una postura u otra.
En cambio, el “racismo científico” surge en un período bien específico, que es el de expansión de Occidente, expansión territorial y económica con la llegada de la Revolución Industrial a finales del siglo XVIII. En aquel momento, la ciencia reemplazaba a la religión como expresión de verdad. La ciencia, entonces, formuló la teoría de la superioridad de la raza blanca sobre las demás, con la misión civilizatoria de Occidente sobre el mundo. Estas teorías se desacreditaron bastante a partir de finales del siglo XIX cuando la sociología y la antropología adquirieron un perfil más objetivo. Pero no podemos ignorar que algunas de esas doctrinas persisten y han sido ampliamente difundidas por la cultura de masas. El cine de Hollywood, por ejemplo, fue un gran diseminador de paradigmas y estereotipos heredados de esas doctrinas. Hasta hace muy poco, hasta los años sesenta y setenta, el cine todavía era un impresionante propulsor de esos estereotipos.
¿Cuál es el papel en la elaboración del racismo científico de los viajeros naturalistas que describieron las poblaciones nativas y racistas esclavizadas de las diversas colonias en los siglos XVIII y XIX? ¿Contribuyeron a su desarrollo?
Si y no. Muchos cuestionaban esas teorías y a otros hasta les falseaban sus escritos. David Livingstone, por ejemplo, fue un misionero protestante británico enviado a África del Sur para evangelizar. Allí abandonó la misión y se convirtió en uno de los primeros europeos en explorar África. Y escribió dos libros muy importantes, en los que dio una visión mucho más realista y comprensiva de aquellas sociedades y ambientes. Por ejemplo, él respetaba a los curanderos africanos, despreciados por los médicos europeos. Él observaba libremente. Describió con muchas cualidades a los árabes, tan maldecidos por una literatura de combate. Él describe una situación de vida armoniosa en las aldeas de África.
Charles Letourneau fue también un antropólogo importantísimo, que usó el trabajo de Livingstone para decir que los africanos “no piensan otra cosa más que en la barriga”. En verdad, en ciertos pasajes, Livingstone describe sequías terribles y la peste bovina que diezmó los rebaños en algunas regiones de África. Evidentemente, la única preocupación de esas poblaciones era qué comer. Ese era el modo en que se falseaban los textos. Ahora bien, de modo general, los viajeros exploradores e incluso los antropólogos tuvieron un papel en la apertura del para los depredadores que vinieron después. Livingstone expuso en detalle a los colonizadores de África los cursos de los ríos, las regiones más fértiles, les mostró las cadenas de comercio y la cultura de los hombres.
Alexander von Humboldt, que estuvo en América de Sur y América Central entre 1799 y 1805, dijo “quiero rechazar la desagradable pretensión de que existen razas superiores e inferiores […] no hay razas más nobles que otras”. ¿Ese tipo de pensamiento influyó a los futuros antropólogos de entonces en el cuestionamiento del racismo científico?
Hubo una lenta transición de los naturalistas del siglo XVIII a los antropólogos del siglo XIX, y la antropología se inició basada en el racismo científico. Fue a inicios del siglo XX que hubo una especie de revolución en la antropología, con los trabajos del alemán Franz Boas, radicado en los Estados Unidos, y del polaco Bronislaw Malinowski, radicado en Inglaterra. Ellos introdujeron en sus investigaciones la llamada “observación participante” y la idea de que no se puede decir nada sobre un pueblo sin analizar el contexto del grupo. Hay que respetar el punto de vista del nativo, hay que aprender el idioma local.
Antes, los “antropólogos de sillón” pontificaban sobre Dios y el mundo sin salir de su casa. Había investigadores como James George Frazer, uno de los fundadores de la antropología británica, que hacía colecciones de usos y costumbres al modo de mariposas e insectos en vitrinas de museos antiguos. A partir de Boas y Malinowski, surge la idea de que si no se vive cierto tiempo en el lugar, si no se conoce el idioma, si no se conoce la mentalidad, las costumbres en detalle, las prácticas religiosas, no se puede decir nada científico sobre ese pueblo. Ellos aportaron esa idea de valorización del contexto y de la historia.
Las reflexiones de Humboldt que destacan los conocimientos de pueblos andinos y mexicanos precolombinos le sirvieron al naturalista Maximilian Alexander Philipp zu Wied-Neuwied para decir que los indígenas de Brasil, entre ellos “botocudos y tupis”, eran brutos y tenían expresiones culturales y morales muy cercanas a las de los animale.
Hoy esas comparaciones están totalmente desacreditadas. No se pueden comparar dos pueblos que viven en ambientes diferentes. La antropología actual considera la cultura como una totalidad. Entonces, esa totalidad cultural está inserta en un medio ambiente que favorece o desfavorece ciertas cosas. Por ejemplo, para sobrevivir en el hielo, sin vegetación ni tierra fértil, el esquimal es superior, está por encima de todos. Para sobrevivir en la selva, nadie es superior al indígena. Hoy sabemos que el setenta por ciento de los remedios farmacéuticos modernos vinieron de la medicina tradicional de esas poblaciones. En el contacto de los indígenas brasileños con los primeros pueblos esclavizados de Angola se transmitieron muchos conocimientos sobre plantas. Hasta el día de hoy, en Bahía, los angoleiros tienen un nombre para todo, hasta la maleza más común tiene alguna utilidad.
¿Es posible identificar la herencia del racismo científico del siglo XIX en instituciones y entre la población de Brasil?
El racismo se manifiesta en la población de varias maneras, desde el vocabulario que se usa, por ejemplo, en el hecho de llamar “ruim” (malo) al pelo del negro. Y más recientemente, en Brasil, surgió otro tipo de discriminación que se orientó contra las políticas de inserción social. Eso llevó a muchas manifestaciones en las redes sociales de gente enojadas por tener que sentarse al lado de un negro en el avión o de una persona aparentemente pobre. Y los terreiros de Candomblé siguen sufriendo invasiones y robos. Eso sin hablar de la actuación de la policía contra la población de los suburbios. Brasil sigue impregnado de racismo.