Sistema de comercio de emisiones
El reto de la integridad ambiental

 Ya en 2018 activistas de Greenpeace sostenían un cartel en el que se leía "El aire en México mata". Ahora el país está creando un sistema de comercio de emisiones.
Ya en 2018 activistas de Greenpeace sostenían un cartel en el que se leía "El aire en México mata". Ahora el país está creando un sistema de comercio de emisiones. | Foto (detalle): Rebecca Blackwell © picture alliance / AP Images

México es el primer país de América Latina en crear un Sistema de Comercio de Emisiones de gases de efecto invernadero. ¿En qué consiste este polémico instrumento y cuáles son los principales retos a los que se enfrenta?

De Fabio Arturo López Alfaro

Tras la politización del tema ambiental desencadenada por la Conferencia de las Partes (COP21) de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en París, México se comprometió a la reducción no condicionada del 22% de sus emisiones de gases de efecto invernadero —este porcentaje aumenta a 36% si cuenta con apoyo, fortalecimiento y financiamiento internacional—, para el año 2030. Con el fin de lograrlo el Estado optó, entre otras cosas, por crear un Sistema de Comercio de Emisiones (SCE) para México. ¿Pero qué es el comercio de emisiones?

El abecé del comercio de emisiones

Los sistemas de comercio de emisiones son un tipo de mercados de carbono cuya finalidad es mitigar emisiones a niveles regionales, nacionales o estatales. Actualmente han sido implementados en varias jurisdicciones y se están considerando en otras más. Ahora bien, el funcionamiento depende de cada legislación particular, pero hay dos componentes clave que todos comparten: el límite de emisión, que representa la cantidad máxima de gases de efecto invernadero que pueden emitir los sectores regulados; y los derechos de emisión (DEM), que son esencialmente permisos para emitir gases de efecto invernadero equivalentes al potencial de calentamiento global de una tonelada de CO2 (tCO2e).

Actualmente, una parte de los DEM es asignada gratuitamente a los participantes del sistema para cuidar la competitividad industrial, otra se subasta y una se resguarda por la autoridad en caso de que se lleguen a necesitar DEM en el ciclo y así los participantes puedan adquirirlos. 

La sinergia de dichos componentes permite que los sistemas de comercio de emisiones funcionen. Como el número de DEM depende del límite del sistema, los participantes deben comerciarlos para cumplir con las obligaciones de mitigación impuestas. Por ejemplo, algunos podrían invertir en cambios estructurales dentro de su organización para mitigar emisiones, mientras que otros tal vez opten por adquirir DEM en subastas o en el mercado secundario con otros participantes. La libertad de elegir la manera de gestionar emisiones induce a la innovación, modernización e invención de nuevas tecnologías en las industrias reguladas.    

Como el número de derechos de emisión depende del límite establecido, aún con la libertad de cada participante de optar por acciones de mitigación, la suma de las contribuciones totales de las industrias participantes estará siempre por debajo del límite. Gracias a la concordancia entre un límite de emisión ambientalmente ambicioso y el comercio de DEM, los sistemas de comercio de emisiones representan una oportunidad para lograr las metas climáticas de las jurisdicciones.

En la teoría, lo anterior tiene sentido, pero el comercio de emisiones ha mostrado ser un arma de doble filo, por lo que no se ha escapado de justas críticas. 

¿Desarrollo económico y protección medioambiental?

Fijar un precio para las emisiones mientras se mantiene un bajo costo para la acción climática es justamente lo que desata polémica. Por una parte, desde la perspectiva neoliberal del desarrollo sustentable, esta es la manera más costo-efectiva de reducir emisiones. Las capacidades de mitigación se ven reflejadas en los números reportados por varias jurisdicciones, como, por ejemplo, el Régimen de Comercio de Derechos de Emisión de la Unión Europea (EU ETS).

Pero la sociedad civil y algunas organizaciones ambientales señalan la incongruencia que surge al empalmar el desarrollo económico con la protección del medio ambiente. Esto los han llevado a calificar a los mercados de carbono como políticas de greenwashing, bajo las cuales los stakeholders aparentan proteger la integridad ambiental y trabajar por las metas climáticas.

Llegar a la forma actual de los mercados de carbono no ha sido fácil. A pesar de que el sistema ha sufrido varios cambios, la corrupción es uno de los vicios que más ha deslegitimado su propósito original, pues ha dado pie a prácticas deshonestas en el mercado o a argucias en la rendición de cuentas. No sorprende que algunas organizaciones ambientales insistan en excluir estas iniciativas de la discusión internacional.

Si bien el comercio de emisiones es objeto de críticas fundamentadas, lo más probable es que las estrategias de mitigación basadas en el mercado se continúen discutiendo e impulsando desde los más altos escenarios. Prueba de ello es el gran pendiente del Acuerdo de París: la finalización de las reglas del mercado de carbono internacional, incluidas en el Artículo 6.

Tal vez sea muy pronto establecer un mercado de alcance global cuando los resultados han sido mixtos y aún falta mucho por aprender, pero es necesario entender que estos sistemas seguirán desarrollándose en el mundo. Y para asegurar su correcto funcionamiento, es importante vigilar a las jurisdicciones que los aplican.

El caso de México

El Sistema de Comercio de Emisiones de México es el primero en América Latina y para convertirlo en un ejemplo de éxito en la región hay que atender primero varios retos. Nuestro SCE no solo hereda los desafíos intrínsecos del instrumento, sino que también se enfrenta a variables como la mutable situación política del país y las distintas capacidades de sus instituciones.

México cuenta con el apoyo de la agencia alemana de cooperación internacional Deutsche Gesellschaft für Internationale Zusammenarbeit (GIZ) GmbH y del Partnership for Market Readiness del Banco Mundial, para fortalecer el instrumento, alinearlo con la política climática mundial, desarrollar capacidades y aprender de la experiencia internacional. El objetivo es establecer un sistema de comercio de emisiones verdaderamente funcional.

Considero que los mercados de carbono llegaron para quedarse y tal vez la mejor alternativa sea trabajar por su correcto funcionamiento y velar por el cumplimiento de su cometido ambiental. Son instrumentos imperfectos y por eso no podemos perder de vista las lecciones aprendidas de la experiencia internacional. Creo que solo así podremos salvaguardar el futuro del planeta.       

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