Territorios sensibles
[In]fluir: Para crear formas nuevas de la existencia

Una montaña de residuos de hulla.
La hulla extraída en el yacimiento de Urussanga, en el estado de Santa Catarina, se considera de calidad inferior, solo el 25% del material extraído se puede aprovechar. El resto se desecha en vertederos al aire libre. | Foto (detalle): © Henry Goulart y Walmeri Ribeiro

¿Podrá el arte ayudar a construir un mundo con justicia social y ecológica? En este ensayo visual, Walmeri Ribeiro escribe sobre el extractivismo desenfrenado, la explotación y la relación entre nuestro cuerpo y la naturaleza.

De Walmeri Ribeiro

La concepción moderna de la sociedad está basada en la colonización, el extractivismo y la explotación. Eso ha provocado la total enajenación de nuestros cuerpos de los territorios habitados. Hablar de la contaminación de ríos y mares significa reconocer que se trata de un problema político, económico y social, basado en la opresión. Está basado en la enfermedad y en la lenta ruina tanto de nuestros cuerpos humanos como de los no humanos que conforman los territorios en los que vivimos.
 
Comprender que formamos parte de un ecosistema integral puede hacer que nos alejemos de nuestro estilo de vida. Ese es un cambio de paradigma urgente, pues "seguir adelante no significa simplemente seguir como antes, sino romper con lo acostumbrado" (Bruno Latour).
 
Romper con lo acostumbrado significa, por un lado, alejarnos de los conceptos y prácticas colonialistas de la explotación y la expropiación que subyacen en nuestra sociedad y que nos convierten en una sociedad de consumo, de desecho y de dependencia de los materiales. Por otro lado, significa comprender que esas "fórmulas de una 'civilización' enferma aturden todos los órganos sensoriales importantes para la vida y producen cuerpos insensibles y acostumbrados a la violencia que, por su parte, es potencialmente interminable" (Horacio Machado Aráoz).

Las ruinas del Antropoceno

Superar eso también significa tratar y comprender nuestros cuerpos como territorios. Eso significa construir espacios de empatía que hagan permeables, penetrables y sensibles esos cuerpos-territorios, que estén abiertos a los encuentros y al intercambio entre las personas y otros seres vivos. Así podemos abrir nuevas formas de existencia y de coexistencia.
 
Pues bien, como desde hace algunos años estoy activa en terrenos asolados, me planteo la pregunta de qué puede hacer el arte para restaurar esa sensibilidad del cuerpo. Es una pregunta que me inquieta como artista, como investigadora y como mujer latinoamericana.
 
¿Qué poder tiene el arte para construir un mundo con justicia social y ecológica? ¿Cómo puede pasar a primer plano la eficacia de nuestro cuerpo para crear nuevos modelos de convivencia, más sistémicos que los antiguos? ¿Cómo podemos convertir los cuerpos insensibles en cuerpos sensibles, en poderes sensibles que tengan la oportunidad de crear nuevos estilos de vida entre las ruinas del antropoceno? Esas posibilidades fueron lo que busqué en el proyecto "Territórios Sensíveis" (Territorios sensibles). Organicé intervenciones artísticas con sociedades que viven en territorios completamente asolados: explotados, sofocados y en ruinas. O, como prefiero decir parafraseando a Eduardo Galeano: quienes (sobre)viven en las venas abiertas del Antropoceno.
 
En este ensayo les comparto dos experiencias artísticas actuales:

Un clavado en el agua contaminada de Guanabara: ¿Cómo (sobre)vivir con el proyecto destructor de la política petrolífera?

En el entorno idílico de la bahía de Guanabara, en Río de Janeiro, Brasil, te enfrentas directamente con un proceso destructivo. Ir ahí significa comprender con el propio cuerpo y el aparato sensorial entero qué significa lo que llamamos Antropoceno. La bahía, con sus 412 km2 de extensión y una cuenca hidrográfica de unos 4,000 km2, abarca 16 distritos y dos islas, y está habitada por 8.6 millones de personas. La extracción de gas y petróleo, junto con todo su sistema consiguiente —buques petroleros, refinerías, puertos, astilleros, refinerías de petróleo y gas, y más de 6 mil empresas industriales activas— es responsable de la asfixia y la lenta ruina del territorio de la bahía.
  Confrontar esa realidad me plantea una pregunta: ¿Cómo encontrar indicios de vida, resistencia y resiliencia en medio de la destrucción?
 
En la aldea de pescadores Z-10, que tiene siglos de existencia, descubrí una fuerza necesaria para la lucha diaria por la supervivencia. Juntos, yo y los pescadores jóvenes y viejos de la colonia, sus habitantes, artistas y combatientes preparamos actividades que nos unieran. Una búsqueda de posibilidades de intercambio de cuerpos y territorios, y el despertar de sueños y mundos imaginados.
 
Actuar significa hundirse en uno mismo, en las propias costumbres y estilo de vida. Sin embargo, actuar también significa trabajar en equipo y fortalecer la comunidad por medio de sueños e ideas en común. Para despertar cuerpos insensibilizados y embrutecidos por un sistema hegemónico se requieren iniciativas que nos permitan pensar, sentir y soñar... y crear oportunidades.
 
Así, en la relación entre el arte, la pesca y la vida, encontramos juntos una manera de empujar sueños e ideas y de unir nuestros cuerpos-territorios con los cuerpos-territorios que habitamos y que nos habitan.
  • Perspectiva de la bahía de Guanabara, en la que se pueden ver plataformas petrolíferas y oleoductos. © Walmeri Ribeiro

    La bahía Guanabara, símbolo nacional brasileño y patrimonio cultural de la ONU desde 2012, hoy en día es el rostro de la política petrolera que reina en Brasil. En sus aguas se asoman torres de perforación, oleoductos de grandes conglomerados nacionales e internacionales, astilleros y parques industriales, y también se convirtieron en estacionamiento de buques petroleros. El petróleo se filtra cotidianamente en el agua y afecta a toda la población de la bahía y sus inmediaciones, pero sobre todo a los pescadores locales que viven de su trabajo. Además de la vista y de la contaminación del agua, el ruido de los barcos es una de las causas más importantes de la muerte en masa de vida marina.

  • Detalle de una red de pesca. © Walmeri Ribeiro y Sofia Mussolin

    En tupí-guaraní, "Guanabara" significa "brazo de mar". En la mitología indígena, la bahía es el mar lácteo del que proviene toda la vida. Guanãbará es un videoensayo producido a partir del encuentro con los pescadores del poblado Colonia Z-10. Fue la forma que encontramos de hacer oír esas voces, vidas y sueños invisibilizados por la política petrolera.

  • Sr. Geraldo, pescador © Walmeri Ribeiro

    El Sr. Geraldo es el pescador activo más viejo de la Colonia Z-10, un ejemplo y líder de los pescadores más jóvenes. Desde el primer momento de nuestro encuentro compartimos sueños, problemas, retos y el deseo de generar proyectos a futuro en común. De él aprendí mucho sobre técnicas de pesca, la vida en el mar y la fauna y la flora de las aguas de la bahía Guanabara. Durante nuestra estancia ahí nos contó todo el proceso de destrucción de la bahía, las constantes fugas de petróleo, los incendios, la violencia de las milicias, los sueños y las vidas hundidos en las aguas.

  • Una parte de un barco con rostros borrosos en el fondo. © Thiago Caiçara

    Pãozinho (Pancito) es el pescador más joven de la Colonia Z-10. Es hijo de pescadores, creció en lanchitas, alimenta a su único hijo con su pesca y sueña con una sociedad más justa social y ecológicamente. A pesar de su timidez y reservas, Pãozinho nos enseñó todos los días sobre el amor y el cuidado del lugar en el que vives.

  • Una bolsa de plástico es sacada del agua. © Walmeri Ribeiro

    Todos los días, los pescadores tradicionales llevan toneladas de basura a tierra con sus redes. La cantidad de desechos en la bahía Guanabara depende de la marea. Desde 2021, el gobierno local reúne, separa y recicla sistemáticamente la basura de la bahía. El sistema fue construido gracias a la movilización insistente de pescadores y habitantes como Thiago Caiçara, Pãozinho y el Sr. Geraldo. Un sueño que soñamos y desarrollamos en comunidad. Es un primer paso que solo fue posible gracias a la capacidad de acción de esas almas abiertas que se decidieron a creer que era posible y que la acción individual y la colectiva son decisivas para mantener la vida.

  • Agua sucia © Walmeri Ribeiro

    Un video de imágenes desde la bahía Guanabara, tomadas por Thiago Caiçara. Thiago vive en Colonia Z-10, es activista y gestor de redes sociales. Como crítico de la pesca con redes de arrastre y otros sistemas dañinos para la vida marina, solo pesca con arpón. Sin embargo, para sobrevivir a veces se dedica al mantenimiento de plataformas y buques petroleros. Al igual que Thiago, muchos jóvenes de Colonia trabajan para la industria petrolera, aunque sepan que es la fuente de opresión de sus territorios y sus vidas. Sin embargo, siguen siendo cuerpos-territorios de la lucha que el sistema hegemónico no ha podido capturar ni adormecer.

Escombros. ¡No tocar! Está en mí, en nosotros...

Latinoamérica, conocida desde hace 500 años por "su" riqueza en materias primas, es aplastada y explotada por las industrias extractivistas: hierro, carbón, bauxita, cobre, oro, petróleo, gas, etc.
 
¿Qué nos queda en nombre del progreso? Pobreza. Contaminación. Montañas y montañas de desechos que contaminan a diario los suelos, los ríos, los mantos acuíferos, el aire y el mar. La destrucción es irreparable. Se mete en nuestros cuerpos enfermos por la contaminación y un contexto sistémico y neoliberal.
  En la cuenca hidrográfica del río Urussanga, en el estado de Santa Catarina, en el sur de Brasil, los ríos están completamente muertos, asfixiados por el azufre, el mercurio y los sulfatos provenientes de montañas de desechos de las minas. Son imágenes en las que sobrevive la minería del siglo xx. Las antiguas minas abandonadas siguen envenenando su entorno. En las zonas habitadas, los ríos, pintados de naranja por la oxidación de la pirita, se convirtieron en desagües y vertederos.
 
La sociedad del siglo XXI le da la espalda al río y a todo lo que llamamos "naturaleza".
 
No hay advertencias: "¡Cuidado! ¡No tocar!". La contaminación constante está en mi interior, en el de todos. Está en nuestros cuerpos-territorios.
Entonces ¿qué hacemos? De nuevo entramos en las venas y huellas del Antropoceno.
 
Ver. Sentir. Escuchar. Reunir las fuerzas y dejar sonar las voces silenciadas, asfixiadas por un sistema colonial y colonizador. Actuar individual y colectivamente contra un sistema y (re)sensibilizar y liberar nuestros cuerpos-territorios para proteger los cuerpos-territorios que amamos.
  • Pirita © Walmeri Ribeiro

    La pirita, también llamada "oro de los tontos", está conformada por 47% de hierro y 53% de azufre, y es el escombro más importante de la minería de carbón. En su composición geológica original, es un elemento estable e inocuo para el medio ambiente; sin embargo, en contacto con el oxígeno, la pirita desata un proceso de oxidación que contamina suelos, aire, mantos acuíferos, ríos y mares.

  • Una montaña de residuos de hulla. © Henry Goulart y Walmeri Ribeiro

    La hulla extraída en el yacimiento de Urussanga, en el estado de Santa Catarina, se considera de calidad inferior, solo el 25 del material extraído se puede aprovechar. El resto se desecha en vertederos al aire libre. Desde el siglo pasado existen ahí esas pilas de desechos que siguen desatando reacciones.

  • Agua color naranja © Walmeri Ribeiro

    El color naranja, generado por la oxidación de la pirita en contacto con las aguas superficiales, se ha convertido en el paisaje y la imagen del mundo de toda una población, que nunca ha visto sus ríos de otro color. Hasta la década de 1940, el agua de ahí era clara y los ríos seguían siendo profundos. Un antiguo habitante de la ciudad, el Sr. Armando Betiol, nos cuenta que en verano, los niños nadaban en el río Urussanga, de un lado los niños y del otro las niñas. En 1942, el agua se pintó de naranja por los primeros minerales desechados, y los peces sofocados se convulsionaron hasta morir.

  • Una calle con escombros © Walmeri Ribeiro

    Robson, un minero de la compañía Rio Deserto, en su labor cotidiana de cartografiar las pilas de escombros y las vetas de carbón aún sin explotar. Rio Deserto adquirió el derecho de explotación minera en la región, y la tarea de Robson es cartografiar y evaluar el rendimiento de la extracción de carbón en la región. Sí, debajo de la tierra aún hay mucho más que se puede extraer. En la periferia de la mina de carbón observa la carretera y dice: ¡Esta calle está hecha de escombros! ¡Todo esto son escombros! Caminos de escombros, vivimos sobre escombros.

  • Una montaña de pirita y azufre. © Walmeri Ribeiro

    Robson me ayudó a reconocer la pirita y a comprender qué provoca. Al otro lado de la carretera, señaló, hay pirita, y envenena durante mucho tiempo. Lo amarillo que vemos es azufre. Mientras recolectaba muestras y me explicaba la composición de la pirita y cómo se oxida, Robson también me contó lo que significa la minería para la economía de la región. Durante nuestra plática le pregunté: ¿Cómo se siente al trabajar en un paisaje destruido como este? Con la mirada perdida entre las pilas de escombros, me contestó: Oprimido.

  • Agua contaminada © Walmeri Ribeiro

    En el borde de un charco de carbón y azufre, sobre una pila de escombros —los escombros que no se deben tocar—, aterriza una libélula ante mi cámara. ¿Un gesto de resiliencia? ¿Una pila de vida? Potencial de acción. ¡El poder de la coexistencia! ¡El destello de un futuro posible!

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