Prácticas agroecológicas
Una forma de vida
Atenco, un municipio cuya historia se relaciona a la desecación de los cuerpos de agua del centro de México, es hoy un lugar donde se enlaza el cuidado del agua, el cultivo de la tierra y la vida en todas sus dimensiones. Este es un recorrido por algunas prácticas agroecológicas de esta región, en compañía de la organización campesina Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT).
De Adriana Salazar
Amanece. Llegamos al centro de San Salvador Atenco en el nororiente del estado de México para vernos con César del Valle, líder del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT). Esta es una organización campesina creada hace 20 años con el fin de proteger la tierra del despojo propulsado por la imposición de un aeropuerto y la construcción de una serie de obras complementarias. A lo largo del día descubriremos cuáles son los vínculos entre esta larga lucha, la soberanía alimentaria y las crisis socioambientales de la Ciudad de México, vecina de este municipio. También conversaremos sobre cómo las prácticas agroecológicas han transformado los ejidos de la zona en modelos para la defensa integral de la vida.
El patio de la casa es el origen y destino
Estacionamos frente a la casa de sus padres, Ignacio y Trinidad, quienes son pioneros de este movimiento social y anfitriones generosos. Entramos y en seguida pasamos al patio donde César nos espera. El comal se está calentando mientras se pone la mesa para el desayuno.El patio se abre al cielo que empieza poco a poco a aclarar. En el medio, hay un invernadero donde crecen hortalizas y se guardan las semillas adaptadas a las condiciones de este suelo a lo largo de varias cosechas. Hay un corral con gallinas que ofrecen sus huevos para aliviar el ayuno y unas cabras lecheras. Hay un espacio donde crecen hierbas medicinales para sanar los cuerpos: cedrón, muicle, lavanda y ruda. Hay algunos árboles frutales: limones, cidras y ciruelas. Hay unas montañas terrosas en las cuales la composta caliente está vibrando con formas microscópicas de vida. Los huéspedes y un grupo de normalistas que vienen desde Hidalgo cargan las jarras, vasos y fuentes con guisados. En este espacio se despliega un microcosmos del campo que afuera se expande a lo largo de varios municipios: cielo, tierra, hongos, bacterias, plantas, animales y vidas humanas se entretejen en relaciones de reciprocidad.
Por el contrario, en Atenco y otros —aún pocos— lugares de México, se están ensayando formas de cultivar la tierra en las cuales el foco está puesto en cómo un territorio específico se enlaza a la vida en todas sus dimensiones: una tierra con características específicas, unas comunidades, unas necesidades alimentarias, unas condiciones hídricas únicas y unos conflictos concretos a los cuales es necesario hacer frente.
Con el estómago y el corazón llenos de energía, salimos de la casa y avanzamos campo adentro.
La faena en la charca Xalapango: la ciudad se desborda en el campo
El aire comienza a calentarse a medida que el sol se eleva. Alejándonos de San Salvador Atenco empiezan a aparecer las parcelas ejidales a un lado y otro de la carretera. Las plantas de maíz se alzan hasta alcanzar tres metros de altura. Estas se tocan, se doblan, se mecen todas juntas con el viento. Los ríos se dirigen a través de una serie de canales de concreto y ahora corren paralelos a la carretera. Avanzando a través de las milpas, vislumbramos un muro de hormigón y metal que corta las zonas inundables del territorio lacustre de Texcoco.Este muro es la barda perimetral del proyecto Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), cancelado en 2018 tras una consulta pública que marcó uno de los primeros actos políticos del actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. La estructura dibuja un horizonte rígido e interrumpe el tránsito de los carros que, como el nuestro, intentan desplazarse sobre el lecho de un lago que se ha declarado desaparecido desde hace décadas.
Constatamos en nuestro trayecto que este lago sí existe, aunque de otro modo, y resiste gracias a la acción de los pueblos de su orilla: César nos recuerda que Atenco, en náhuatl, quiere decir “en la orilla del agua”.
La muralla, las planchas asfaltadas, las estructuras de las terminales y pistas ahora dificultan la aparición de cuerpos de agua estacionales provenientes de las aguas que corren desde Tepetlaoxtoc, en la cuenca alta, a través del cauce de los ríos Papalotla, Xalapango o Coxcacoaco. Estas aguas acarrean minerales depositados en el fondo de los lechos fluviales para luego nutrir los campos y asentarse en lagunas, charcas y ciénagas. Cuerpos lacustres como Texcoco Norte, Xalapango o la ciénaga de San Juan generan un microclima gracias al cual persisten las formas de vida campesina. A la vez, sus aguas mitigan la contaminación eólica y acogen a muchas especies de aves, animales acuáticos y plantas.
Estas lagunas, sin embargo, son persistentemente desaguadas hacia el estado de Hidalgo con el fin de no inundar las ruinas de estas infraestructuras abandonadas.
La ciudad, a través del aeropuerto y otros proyectos que traen formas de especulación inmobiliaria, despojo de tierras, extracción de agua y materias pétreas —cabe mencionar que en la región de Texcoco se han reportado más de 60 minas que han dejado huecos abiertos de hasta 50 metros de profundidad en las cumbres de los cerros—, se ha desbordado en el campo como una suerte de “mancha de petróleo”. Las infraestructuras de drenaje de los ríos lo amplifican, al hacer difícil la necesaria permanencia de las lagunas. ¿Qué sucedería, nos preguntamos, si por el contrario el campo se desbordara en la ciudad?
Llegamos a la laguna Xalapango donde nos esperan otros miembros del FPDT para emprender una faena. Esta, como otras acciones colectivas que congregan a comunidades de los pueblos de Atenco, Nexquipayac y Tepetlaoxtoc, buscan recuperar los cuerpos de agua de la parte baja de la cuenca para devolverle la vida a los campos y a los ecosistemas lacustres que necesitan de sus aguas. Llenaremos sacos de tierra que serán apilados unos sobre otros. Estos formarán un dique, cuyo fin es retener las formaciones lacustres y dirigir sus excesos hacia otros cauces los cuales, a su vez, permanecerán en la región.
Sumándonos a esta acción colectiva de llenar, amarrar, mover y cargar el peso de la tierra sobre la espalda, entendemos que la soberanía alimentaria va más allá de los trayectos entre la parcela y la mesa, implicando múltiples territorios, flujos y vidas. Descubrimos que irrigar los campos y mantener en ellos una humedad adecuada para que prosperen los modelos agroecológicos de siembra no es una tarea sencilla. También entendemos que tanto el campo como la ciudad no son propiamente lugares, sino más bien modos distintos de relación —que a veces se superponen— entre un territorio y unas condiciones de vida.
El suelo está vivo en la parcela
Empieza a caer la tarde. Muy cerca de la charca está la parcela de la familia Del Valle, en la cual las semillas de maíz morado que sostuvimos en la mano ya son plantas maduras. Las mazorcas asoman sus granos bajo las cáscaras. Caminamos entre los surcos cuidando de no pisar el forraje de hierbas.En este sentido, la agroecología no es un asunto nuevo ni exclusivamente humano. Es una forma de vida que implica negociaciones entre especies, acciones holísticas y un fortalecimiento de los lazos comunitarios. En ella se entiende que los viejos saberes se deben preservar, uniéndose a nuevos saberes que emergen de los retos de los desbordes urbanos, la devastación ambiental y los modelos extractivos que insistentemente sofocan al campesinado.
Metemos las manos en la tierra húmeda y microbiológicamente viva antes de emprender el viaje de regreso a la ciudad desbordada. Agradecemos a César por acompañarnos en este largo día en Atenco mientras vemos caer el sol. Antes de irnos, arrancamos un rábano que brilla con un color similar a aquel del atardecer. Una vez regresemos a la ciudad, donde se multiplican los supermercados, este tendrá un sabor distinto.