Las exploraciones sonoras de Amélie Agut, Peter Simon e Isabel Baeza en Valparaíso. Por Isabella Galaz Ulloa.
Traer lo oculto a la luz, convertir lo descartado por la percepción humana en algo audible y visible. Esa es una de las motivaciones que compartieron Amélie Agut (Francia), Peter Simon (Alemania) e Isabel Baeza (Chile) durante su residencia en B.A.S.E, espacio gestionado por el Festival de Arte Sonoro Tsonami. Entre los meses de octubre y noviembre los tres artistas se dedicaron a investigar Valparaíso en el marco de Resonancias, programa del Goethe-Institut Chile y el Instituto Francés de Chile que estimula la creación artística en diferentes territorios del país.
Siendo la primera experiencia triple en el programa de residencias B.A.S.E, Pablo Saavedra, coordinador del área, destaca que este formato “enriquece las prácticas de los artistas porque se comienzan a dar cruces, retroalimentaciones entre sus procesos y maneras de trabajar, nutridas por las áreas de confort de cada uno. No sólo se comparten los contenidos, la vida cotidiana también, por lo que es más rico en términos humanos y en posibilidades creativas”.
Espacio y sonido son los principales ejes que guiaron el proceso investigativo del trío, donde la escucha profunda y la observación minuciosa de la ciudad fueron los primeros pasos en el desarrollo de tres trabajos que rescatan elementos y formas puntuales de la identidad del puerto.
Es así como el mismo territorio señaló a los artistas un punto de partida: el mar. “Valparaíso es súper inmersivo, porque no se ve otro espacio. Es un océano infinito, un murallón de cerros y uno entremedio, caminando por todo este paisaje”, comenta Isabel Baeza. Sobre esto, Peter Simon detalla: “Empecé caminando por la orilla del mar, porque para mí es como una especie de frontera entre la naturaleza y la estructura humana en la ciudad”. Desde su impronta sonora, Amélie Agut se refiere al mar como “un sonido complejo, no tan fácil de grabar. En la primera fase hice ejercicios de escucha para intentar describir las sutilezas y ver cómo se pueden dar a entender”.
A partir de este primer lugar de encuentro, sus rumbos creativos se separan. Mientras Isabel decide quedarse en las profundidades del océano para centrarse en las algas y crear una ficción desde la escucha, Peter se adentra en el plan y en los cerros para investigar cómo se estructura sonoramente la ciudad, mientras que Amélie se acerca a las fuerzas inmateriales del sonido a través del estudio del comportamiento de las olas.
Estas búsquedas se fueron desarrollando a modo de laboratorio abierto, con el ánimo de respetar procesos sin forzar obras acabadas. En la exposición Paisajes invisibles: cerros, caos y olas, realizada en B.A.S.E el 19 de noviembre, los artistas compartieron sus hallazgos en forma de instalaciones sonoras y visuales, una suerte de piezas-resumen que dan cuenta de un mes de exploraciones y de idas y venidas por los flujos oscilantes de la ciudad.
Algo se mueve en el fondo | Isabel Florencia Baeza
En un sueño estaba abajo.
Pero debajo de mí no había arena,
había edificios, antenas, carreteras,
todas cubiertas de algas.
La costa se acerca y, pronto,
invadirá la ciudad.
Fue durante la pandemia que Isabel se unió a un grupo de recolectores de hongos que había cerca de su casa. Tras las primeras lluvias de otoño, se juntaron a buscarlos, identificarlos, a aprender cómo tratarlos con delicadeza. “Después, cuando me encontré con las algas, sentí mucha similitud entre ambos, en las propiedades, y porque los hongos también tienen eso con las personas, son de doble filo: hay gente que les encanta y hay gente que los pisa, o que tiene traumas porque les obligaron a comer champiñones. Con las algas fue ‘claro, esto es como el fungi del mar’, y por ahí me conecté”.
Unido a eso, sus lecturas sobre hidrofeminismo se mezclaron con un viaje a México, donde conoció diversas historias que plantean una ruptura con la teoría evolucionista, las que la condujeron hacia una posibilidad: ¿acaso los seres humanos no podríamos haber venido del mar? “En la pandemia me pasó que tuve una relación cercana con las algas, las vi como mujeres, expansivas y vistosas, y muy profundas hacia abajo (…) Las grabé mucho rato y observándolas empecé a interesarme y a hablar con personas que trabajan con ellas, desde el área gastronómica hasta quienes las usan de forma escultórica”.
Así fueron apareciendo más luces, como la importancia nutricional y la función ecosistémica de las algas. No solo sirven como alimento, sino que son sostenedoras de la biodiversidad marina y costera, además de ser fundamentales en la oxigenación de la Tierra y claves en la absorción de dióxido de carbono. Estos, entre otros descubrimientos, la llevaron a querer acercar mundos, buscando aportar en un vínculo más consciente para su cuidado.
¿Qué significancia tiene ser cuerpos de agua en un territorio todo hecho de costa? ¿Cómo el mar se convierte en un punto de encuentro entre especies? De este modo va tomando forma el mito y llega a Valparaíso proponiéndose construir una ficción a partir del sonido. “Me gusta más llamarlo híbrido, en el sentido de que recolecto materiales que sí pertenecen al espacio de trabajo, grabo sonidos, voces y todo, pero los uso para generar una escucha un poco desde el suspenso y así revivir este mito, pero a la inversa: si es que vinimos realmente del mar es porque el mar de nuevo nos va a tragar (…) Más que una ficción antojadiza, mi idea es tratar de que nos sintamos parecidos a las algas, porque compartimos alguna vez el espacio del océano”.
Durante la residencia se centró en registrar sonidos que le permitiesen crear una experiencia inmersiva a través de una instalación sonora-visual, pero con el desafío de construir el mito desde la escucha y ya no a partir de la imagen, como viene haciendo usualmente en su trabajo como directora audiovisual. “Obligarme a salir solamente con micrófonos y a contemplar con los oídos (…) me ha hecho trabajar desde un lugar totalmente fresco, no pensando en el plano, en la composición y que sea perfecto (…) En el audiovisual hay una supremacía de la imagen que ya siento que es muy efectista en las personas, pero en el sonido creo que con muy pocas herramientas técnicas se pueden lograr cosas muy nuevas y estimulantes”.
Compartir perspectivas sobre las algas con pescadores, caminantes costeros y otros habitantes de Valparaíso resultó fundamental para conectarse con la experiencia de vivir cerca del mar. Sus voces y relatos en la instalación ayudan al despertar de percepciones, así como a la creación de un imaginario mucho más contemplativo y amoroso. “La gente tiende a rechazarlas, pero entre mis hallazgos en estas conversaciones me ha sorprendido lo que inspiran en muchos. Yo pensaba que iban a ser un poco más indiferentes (…) y la verdad es que las personas me dijeron cosas con una visión súper positiva de las algas. Muchos con el trauma del cochayuyo y todo, pero, finalmente, qué lindo es este bosque del mar, qué lindo que te enreden y qué ganas de estar ahí, como ellas”.
Toposónica | Peter Simon
En su primera visita a Sudamérica, Peter se plantó en Valparaíso a seguirle la huella al sonido. La misma composición del lugar –con sus tres grandes zonas– le mostró el recorrido: comenzó por la costa, avanzó hacia el plan y subió en dirección a los cerros. A través de la observación y la escucha, se desplazó examinando la forma en que se comportan los fenómenos sonoros, proponiéndose descubrir el ritmo de la ciudad.
En un primer acercamiento, buscó estructuras sonoras con la intención de plasmarlas visualmente en un mapa. Sin embargo, pronto se dio cuenta que esta misión no podría llevarse a cabo debido al flujo errático que caracteriza al puerto. “Este es el problema que tuve con la perspectiva científica, por lo que no pude terminar y decir ‘ok, lo escribo en tres frases, y es entendible’. Es totalmente inentendible. Es muy diferente en los cerros también. Son tan diferentes, que no puedes decir que todos los cerros tienen el mismo ritmo. Es por eso que fallé con la idea de mapearlo, de pasarlo a colores y decir ‘en todos lados es así’. Tendría que ir a cada calle y estar en ellas durante todo el día y toda la noche y mapear, y entonces seguiría aquí por los próximos 20 años”.
Es así como la mezcla de las particularidades acústicas, culturales, físicas, geográficas y arquitectónicas de la ciudad lo llevaron a diferenciar tres áreas sonoras: la primera, donde el mar es fuerte y dominante, que llamó caos puro; la segunda, ubicada en el plan, con los sonidos citadinos imponiéndose, que denominó volumen organizado; y la tercera, en los cerros, donde un silencio general es a veces interrumpido por un alto nivel de bullicio, que identificó como caos silencioso. Es justamente esta estructura la que convirtió en instalación sonora, con tres altavoces que, dispuestos uno arriba del otro a modo de escaleras, amplificaron las olas del mar, el tráfico diurno de las calles y la atmósfera de los cerros; una suerte de fotocopia del sonido del presente en Valparaíso, pero en formato tridimensional.
“Los cerros son caóticos en el sentido de que hay muchas zonas silenciosas en general, pero si algunas casas suben el volumen de sus equipos, entonces tienes metal, rock, punk y cumbia en un área de 50 metros, y es absolutamente ruidoso. Pero si rodeas la esquina, se detiene y hay silencio. Hay sonidos, como los buses, que van y vienen (…) Son muchas capas diferentes, es como una cuadrícula de cuatro dimensiones, un paisaje de distintos sonidos viniendo de todas partes”.
En el plan se da otro tipo de distribución, en tanto es el lugar donde la vida social se manifiesta con mayor fuerza, tomando protagonismo el comercio, la circulación de personas y de vehículos. “Es organizado porque la gente tiene que ir a trabajar. Si vas al mercado, está abierto de la mañana hasta la tarde y después cierra. O a la hora del almuerzo, mucha gente está sentada en restoranes, que en las mañanas están cerrados y silenciosos. Luego la gente aparece cuando abren y se pone ruidoso, la gente se va de nuevo y retorna el silencio. Eso también es un ritmo”.
En la última área, el mar es el movimiento expansivo que domina todo: a los seres humanos en la costa, a la ciudad y sus sonidos. El caos puro que atrapa la mirada y la escucha de las personas, quienes escapan a la playa buscando conectar con los ritmos sabios de las mareas, que hablan más de ciclos que van y vuelven que de líneas rectas definitivas.
Es esta potencia y presencia absoluta de la naturaleza la que hace a Peter llegar a la siguiente reflexión: el ritmo de Valparaíso es como el de las olas del mar. “Es el ritmo de una ciudad yendo y viniendo. Es como la marea, que también tiene diferentes ritmos durante el día y la noche. Vas hacia arriba y respiras rápidamente, luego bajas y es más lento. Olas pequeñas y olas grandes, que son parte de una mayor. Es el mismo movimiento (…) El ritmo es como el fantasma de la ciudad, no es visible, pero es sonoro. Empieza en el puerto, va hacia el centro y después sube a los cerros. Es el espíritu de Valparaíso”.
Echoes Valparaiso | Amélie Agut
A partir de su trabajo en talleres y en radio, nació en Amélie la inquietud de profundizar en la cimática y hacer visible para las personas las fuerzas inmateriales de los sonidos que son parte del cotidiano. Para la residencia en B.A.S.E, decidió enfocar sus esfuerzos investigativos en volver perceptibles estos movimientos utilizando elementos característicos del territorio.
“Estas fuerzas invisibles nos atraviesan. Ciertas frecuencias dibujan formas geométricas que se encuentran en la naturaleza, en vegetales, en la nieve, y es fascinante que si la materia desorganizada del caos se organiza de una cierta manera, entonces puedes pensar en cosas mucho más cósmicas. Me gusta pensar que el sonido tiene una influencia en las formas orgánicas de las cosas”.
Ya en Valparaíso, los cruces entre vibración, ondas sonoras, sísmicas, y olas se hicieron evidentes. Con la idea de hacer una instalación y una proyección de video que mostrara los efectos físicos del sonido, realizó un catálogo de olas del mar, identificando sonoridades distintivas. Al finalizar la residencia tenía una colección de 12 olas. “Las grabé en varios sitios, en varios momentos del día. Es el sonido más típico con que la gente caracteriza la ciudad (…) Acercándose a ellas aparecen, a veces, unos ruiditos que se deslizan, y me gusta mucho esto de describirlos e intentar escribir la diferencia entre cada ola. Decir con palabras ‘esta y esta otra no suenan igual, ¿por qué?’. A nivel de frecuencia, de desarrollo, se puede dibujar si sube o de pronto se cae entrar en las sutilezas del sonido”.
Son las características espaciales del territorio las que intensifican la mixtura entre sonidos basales –como el océano o el tráfico de la ciudad– y puntuales; una bahía que posibilita experimentar el paisaje con los sentidos abiertos, con miradores que facilitan observar y escuchar ampliamente a la distancia, al mismo tiempo que los rincones zigzagueantes, nos permiten percibir el silencio y otros detalles desde cerca. “Cuando estoy grabando me gusta el contraste entre escuchar desde lejos y hacer ruiditos muy de cerca con micrófonos sensibles. En espacios abiertos y muy grandes, la escucha funciona de manera muy distinta. Esto es una cosa que he descubierto aquí, donde la percepción se da en varios planos”.
Puestas en juego estas capas a nivel sonoro, en la instalación también se hace el paralelo con la visualidad: un micro-paisaje hecho de arena que, filmado desde cerca, muestra los movimientos provocados por el sonido; una coreografía telúrica en miniatura.
“Esta experiencia me ha permitido salir de la escucha con audífonos, porque he hecho muchas caminatas sonoras y cosas así, y ahora quería intentar jugar con el espacio. Me interesa que la gente preste atención a cosas que no se notan; no nos detenemos a escuchar y mirar de cerca. Me propuse despertar imaginarios, abrir la imaginación y que la gente se cuente historias a su manera”.
Isabella Galaz Ulloa es periodista. Desde 2015 colabora con radios comunitarias/alternativas. Actualmente es periodista en La Radioneta, una radio libre, feminista, anticapitalista y antirracista conformada por un equipo de mujeres organizadas desde la autogestión, que transmite desde Valparaíso. Entre 2017 y 2019 fue encargada de comunicaciones de la organización Tsonami Arte Sonoro.