Estamos viviendo una pesadilla

Entrevista a Nona Fernández
por Lorena Saavedra

Publicado en: THEATER DER ZEIT SPEZIAL: CHILE (08/2023)

Obra “Liceo de niñas”

„Liceo de Niñas“ de Nona Fernández bajo la dirección de Marcelo Leonart. Elenco: Nona Fernández, Roxana Naranjo, Carmina Riego, Francisco Medina, Juan Pablo Fuentes | © Teatro UC | Foto: Maglio Pérez

¿Crees que la memoria está en disputa en estos momentos que vivimos en el país? Mirando tu vínculo manifiesto con la memoria, ¿sientes un deber de memoria?
            Nora Fernández: La memoria ha sido, es y será un tesoro en disputa. La traducción de esa memoria es un trabajo y hay que disputar qué versiones quedarán fijadas en la historia. En este momento, cuando estamos ad portas de conmemorar los cincuenta años del golpe militar, es realmente una mala broma tener que estar recordando que Augusto Pinochet fue un dictador y un asesino, que lo que vivimos fue una dictadura militar y no un Gobierno militar, que Pinochet no era un estadista, sino un militar golpista, asesino, ladrón y con todos los adjetivos que sabemos. Sin embargo, aquí estamos, cincuenta años después, repitiendo algo que parecía obvio. Mi trabajo siempre ha intentado recoger trozos de nuestra historia dictatorial. Todo aquello que no vimos, que no supimos, que no terminamos de entender, que está todavía dando vueltas. Todo ese pasado sigue pauteando nuestro presente. Estamos todavía en esa pesadilla y se nos vuelve casi imposible escapar de ella. Quisimos cambiar la Constitución pinochetista y quienes están escribiendo la nueva son pinochetistas. Es una mala broma.

¿Cuál es tu relación con el pasado, con los recuerdos y con esas constelaciones de las que hablas, por ejemplo, en Voyager?
            NF: Me gusta la imagen de las estrellas y las constelaciones porque es muy gráfica. Las estrellas son luces del pasado que están instaladas en nuestro presente. Tan del pasado son que muchas de esas luces pueden estar probablemente muertas en este momento. La luz que recibimos de las estrellas está a millones de años luz y algunas ya fallecieron, ya no existen. Sin embargo, su luz está en nuestro presente, al punto que en las zonas donde no existe contaminación algunos marinos y pastores todavía se dejan guiar por las estrellas. Esa imagen, alguien que en el presente puede observar la luz del pasado y dejarse guiar por ella, ha conducido mi trabajo. Una imagen que ayuda a comprender la importancia del pasado para guiarnos como sociedad. Mi relación estrecha con los recuerdos existe porque creo que son una gran herramienta para entender nuestro presente. Nuestro presente personal y nuestro presente colectivo. Somos lo que hemos sido, lo que hemos hecho, incluso lo que contamos que hemos hecho, más bien lo que recordamos que hemos hecho. Pensemos también que un recuerdo está lleno de ficción, la ficción que hemos trazado. Por lo tanto, somos la ficción de ese pasado. Una sociedad también es la ficción o la literatura de ese pasado.
Nona Fernández Silanes, actriz, escritora, dramaturga y guionista chilena

Nona Fernández Silanes, actriz, escritora, dramaturga y guionista chilena | © Daniel Corvillón

¿Cuáles son los temas que te han movilizado y que finalmente te interesa poner en escena?
            NF: Tengo claro que me he dedicado a recoger recuerdos y a hacerlos constelar, entendiendo como constelación la idea de asociar recuerdos de manera arbitraria, tejer sentido con materiales que están desperdigados, que no tienen que ver unos con otros, pero que una los junta y los hace brillar en esa conexión. Pero cuáles son las temáticas que trabajo, además de la memoria, el olvido, la identidad propia y social, nuestro pasado reciente… me cuesta tenerlo claro. Doy vueltas con la escritura intentando dignificar nuestro presente. Lo que escribimos no está aparte de la realidad, y si bien no me gusta darle deberes a la creación, creo que me interesa hacer un aporte para volver este presente más digno, más solidario, más cariñoso, más democrático, más luminoso, más feliz. “Iluminar con la letra la temible oscuridad”, escribí una vez en una novela. Son deseos que están instalados en mi trabajo.

¿Cuál crees que es la relevancia o el impacto que tienen tus obras en la escena nacional?
            NF: Es muy difícil responder esa pregunta. Probablemente no sea yo quien tenga que hacerlo. Pero claro, después de tantos años insistiendo en la escritura, me doy cuenta de que esta tiene cierta reverberación en el presente para algún público. Pero yo misma no tengo claridad de esa dimensión. Obedezco a mis obsesiones, a mis impulsos creativos. También obedezco a trincheras personales, sociales, políticas, impulsos que son colectivos. Mi escritura está llena de eso. Aspiro a que mi trabajo genere lo que el trabajo de otros ha generado en mí. Vitalidad, ganas, conciencia, lucidez, entusiasmo.

¿Cómo ves la escena teatral actual? ¿Cuál crees que son los desafíos que debe afrontar esa escena?
            NF: Una parte de mí habita el territorio literario y otra el teatral. Y esa doble militancia me sirve para observar dos mundos que desgraciadamente están más separados de lo que debieran. Desde esa posición privilegiada, siempre miro con admiración lo que ocurre en la escena teatral. Es una escena muy activa y colectiva. La creación teatral en Chile se desarrolla en función a su época. Intenta, de manera hasta inconsciente, ser contemporánea de su contemporaneidad. Se trabaja con la ventana abierta y, por muy personal que sea el ejercicio que se haga, siempre hay una antena que está rastreando el afuera y que está intentando pensar y reciclar ese movimiento. Cuando Ariane Mnouchkine dijo en una entrevista que el teatro chileno era muy opinated, como algo negativo, yo lo tomé como un verdadero piropo. Justamente eso es lo que me gusta de la escena teatral, que es efervescente en sus discursos, en sus reflexiones sociales, políticas, en su mirada y en su hacer. Y si tenemos que pensar en los desafíos, esos están, primeramente, puestos en resolver la tremenda precariedad en la que nos encontramos. Postrevuelta, postpandemia, en medio de una crisis económica, de una crisis política, con bajas audiencias, con menos presupuestos. Siempre el teatro ha sido precario en Chile, pero creo que este momento es bastante complejo. Sobre todo cuando empujábamos para profesionalizar el área, para intentar que se comprenda nuestro oficio como el de trabajadoras y trabajadores de la cultura. Creo que la situación económica no es la mejor para satisfacer nuestras exigencias. Lo que no quiere decir que no vamos a seguir haciéndolas. Pero lo veo rudo, lo siento y lo vivencio de esa manera.

¿Cuál crees que debería ser el rol del escritor o la escritora frente a las políticas del olvido promovidas por los extremos ideologizados que tenemos hoy en día?
            NF: Desde Homero en adelante la escritura ha hecho grandes intentos por rastrear el horror con la fantasía de detenerlo. Ha fracasado, sin duda, pero debemos seguir intentándolo. Quizás sea una condena estar siempre escribiendo sobre ruinas y escombros. Todavía no rompemos el cordón umbilical con la dictadura, ojalá pudiéramos, pero la historia y la política chilena no lo han querido. Desde la creación trabajamos con el imaginario de un país, con el inconsciente de un colectivo, y con esos materiales se vuelve importantísimo devolver el sueño frente a la pesadilla, porque creo que efectivamente estamos viviendo una pesadilla retrógrada, negacionista, una revancha del conservadurismo, estamos en un verdadero retroceso civilizatorio, y no podemos sumergirnos en ello. Por lo tanto, tenemos que tomar una postura. Nuestras creaciones tienen que ser coherentes con esa postura y nuestra forma de actuar, de producir y relacionarnos. Porque el creador, la creadora no es un ser inofensivo. Ninguna obra es inocua, todas se ubican en un lugar y hay que tomar conciencia de cuál es el lugar que nuestra obra toma, qué pedazo de realidad está fabricando.

En esa línea, ¿cuál es la importancia que tiene el teatro en el marco de esta contingencia política y social actual?
            NF: El teatro es un evento colectivo. Un espacio donde nos juntamos y vivimos una catarsis grupal. Vivenciamos la poesía, lo innombrable, juntas, y eso es un poder incalculable. Debemos tomar conciencia de la importancia de ese espacio contenedor, cariñoso y grupal que ha sobrevivido siglos y que seguirá sobreviviendo, pese a la precariedad y a esta sensación de derrota que nos invade. Rita Segato estuvo acá en marzo y dijo algo que me interpeló: “¿Por qué sienten que fracasaron, si esto no ha terminado? Esta es una etapa y lo que ustedes movilizaron, lo que se levantó, la energía que se desplegó en este país está viva. Esto es solo una estación”. Por primera vez desde el 4 de septiembre del 2022 vi todo desde un lugar distinto. Porque nos sentimos muy fracasadas, sentimos que no lo logramos y no sabemos de dónde sacar fuerzas nuevamente para levantar algo que nos entusiasme y ojalá entusiasme al resto. Pero hay que hacerlo y creo que el teatro es un lugar. Desde los temas que convocamos hasta la posibilidad de dialogar con la gente. Lo que hacemos no se acaba en la función, sigue en los conversatorios con el público, en las entrevistas. Y ahí tenemos un desafío importantísimo. Revitalizar y entusiasmar los ánimos.

¿Reconoces alguna diferencia en los discursos de las obras de los años 90 y 2000, en tiempos de la denominada transición democrática, y las producidas posterior al estallido social de octubre del 2019?
            NF: Voy a insistir con la idea de que el teatro chileno tiene la vocación de recoger y metabolizar, con cierta urgencia, su época. Esa vocación existe desde que el teatro chileno es teatro. Nos vamos hacia las primeras dramaturgias, y siempre ha estado instalado ese diálogo con el contexto social. Pero en la actualidad habría que decir, dentro de lo que he visto, que el estallido generó un ímpetu de registro, de recoger lo que estaba pasando en ese momento. Sabemos que desde hace décadas el teatro ha estado reflexionando sobre cada uno de los puntos que se enarbolaron como banderas de lucha en la revuelta. Ya hemos dicho que el “no lo vimos de venir” de la política chilena ante el estallido podría haber sido muy distinto si se hubieran asomado a alguna sala de teatro. Pero en el momento de la revuelta observé un ánimo de registro. Observar el momento. Y posteriormente, hoy debiera venir la reflexión, ¿no? Yo diría que la trilogía de Rodrigo Pérez, recién estrenada, es un ejercicio que lo asimila mejor y puede lanzar algunas luces. Repite muchas de las preguntas que tú me has hecho. ¿Cómo el teatro se hace cargo de todo lo que hemos vivido? Yo lo extiendo más incluso: ¿puede el arte hacerse cargo? Y en relación a la memoria, ¿no habremos fracasado también? Es una gran pregunta que me hago. Soy la señora que escribe sobre esto y de pronto han pasado treinta años y digo: no sirvió de nada ningún libro que escribí. Hoy día estamos con titulares de prensa que dicen que tenemos casi un 40% de la población que aprueba el golpe militar. Entonces me pregunto cómo actualizar la mirada sobre este tema, cómo volverla urgente. Desde el teatro y la escritura, ¿no hemos hecho lo suficiente? ¿No hemos recordado de manera tenaz, aguda, obsesiva? No lo sé. La sola pregunta me da ganas de llorar.

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