Somos un país. Rodeado de montañas y secretos. Un país hecho de piedras y huesos. Huesos debajo de las piedras. Piedras en las manos y en el pecho. Piedras en los huecos de los ojos. Piedras en los pies. Piedras en el zapato.
Los que vivimos en este país vamos cojeando a buscar el vino. Para olvidarlo todo. Para borrarnos. Para ver borroso. Nuestro vino es rojo oscuro como nuestra sangre. Sangre hecha costra. Costra que nos rascamos y vuelve a aparecer en el mismo lugar. Como una maldición.
El vino lo tomamos con demencia. Hasta no dejar rastro. Hasta la última gota. Borrachos, nos golpeamos con las piedras y deformamos nuestras cabezas ya confusas. Salpicamos saliva y sangre desde nuestras bocas espumosas. Nos tragamos el vino y la vergüenza. Vergüenza de ser como somos. Tan blandos de carnes. Hechos de barro para la lluvia. Lamento nocturno de borracheras y tristezas. Eso somos. Porque perdimos la audición. El olfato. Y la memoria.
Anestesiados, apoyamos los cuerpos en las murallas de nuestras casas que se caen a pedazos. Nuestras casas que se van quedando vacías de recuerdos.
Personajes trágicos cayendo en el abismo. Sin pasado. Sin futuro.
A veces somos cachorros graciosos. Pero solo a veces. La mayoría de los días somos perros tristes que recorren las calles sin un rumbo. Que se buscan la cola. Siempre en círculos. Siempre en el mismo lugar.
Poeta: Llevo una piedra conmigo que llora sin descanso. Necesito entender por qué llora la piedra.
Montaña: Una poeta que no entiende a la naturaleza es un problema grande.
Poeta: Ya no sé cómo hablar con ella. He perdido mi instinto. Lo dejé olvidado en alguna parte que ya no recuerdo. Perdí el fuego de mi espíritu. Llora la piedra y lloro yo con ella.
Montaña: No quiero aleccionarte, eso no va conmigo. Quiero poder ayudarte a que vuelvas a caminar de la mano de tu sombra. A que entiendas a la piedra. Alguna vez fuiste poesía.
Poeta: Fui muchas cosas. Pero ya no sé quién soy.
Montaña: ¿No reconoces tu propia voz?
Poeta: Me miro y me parece estar frente a una extraña. Háblame, por favor. Porque yo ya no encuentro las respuestas.
Montaña: Camina salvaje otra vez. Vuelve a ser viajera. Busca nuevas imágenes que tomen el lugar de las que ahora te agobian. Camina liviana de equipaje.
Poeta: Me dices que sea viajera pero no reconozco mi cuerpo y no sé hacia dónde dirigir mis pasos.
Montaña: Hacia lo más hondo de tu paisaje.
Poeta: La idea del viaje me hace temblar.
Montaña: Estás presa. Ya no sientes las yemas de tus dedos. Demasiado miedo para tu cuerpo tan angosto. Tu cuerpo delgado que alguna vez fue ágil y gracioso.
Poeta: Tengo una pesadilla recurrente que no me deja en paz. Sueño que desaparezco. Muero sin dejar rastro. Me convierto en nada. Nadie llora por mí. Nadie nota mi ausencia. Como si jamás hubiera existido. Tú me dices que camine hacia lo más hondo de mi paisaje. Pero es precisamente ahí donde me aterroriza entrar. Siento que le debo algo a cada pequeño sendero, a cada riachuelo. Debo tantas cosas. Y me siento tan fragmentada. Tan absurda. ¿Qué debo hacer para juntar mis pedazos? Eres una gran montaña y sabes tanto. Has escuchado cada uno de nuestros secretos. Has visto nuestra miseria. Nuestra cobardía. Habla y dime por dónde puedo empezar.
Montaña: Tengo compasión de ustedes. No es fácil cargar con los huesos y la carne.
La montaña se repliega en sí misma. También se siente cansada. Agotada de hablar y que sus palabras se transformen en fantasmas.
Poeta: ¿No vas a decir nada más?
La montaña cierra los ojos. Se hunde en sus pensamientos. Todo se vuelve misterio y quietud. Cae la noche y el frío. La poeta mira a la montaña y siente una profunda nostalgia. Abandonada de sí misma y del paisaje.