Actuación y protesta de la escena LGBTQIA+ por Cristeva Cabello y Jorge Díaz
Publicado en: THEATER DER ZEIT SPEZIAL: CHILE (08/2023)
Años 80. Un grupo de activistas caminan por las calles. Uno a uno comienzan a acostarse sobre el pavimento construyendo un campo de cuerpos que impiden el libre paso de personas y vehículos. Protestan. Cuerpos acostados que emulan a cuerpos agónicos y devastados. Su intervención consiste en hacer de la horizontalidad de los cuerpos en el espacio público un llamado de atención y una nueva manera de oponerse a las autoridades que, indolentes, no hacen los esfuerzos suficientes para encontrar un tratamiento a la pandemia del VIH/Sida. O peor aun, que los tratamientos, costosos, inaccesibles y con muchos efectos secundarios, se vuelvan un negocio farmacéutico en medio de una tragedia. Estas acciones fueron parte del colectivo ACT UP (AIDS Coalition to Unleash Power) y las hicieron con lo único que tenían para protestar, es decir, sus propios cuerpos. Se repitieron en muchas partes del mundo para llamar la atención de una pandemia que no tuvo las suficientes medidas de cuidado e información, justamente cuando comenzó una de sus fases más agresivas en cuanto a contagios y muertes. La indolencia con las personas afectadas por el virus reflejó el nivel de desprecio y odio que existía contra las comunidades disidentes sexuales para quienes la expansión del virus fue considerada como un castigo por sus estilos de vida.
Los cuerpos agónicos de los activistas acostados sobre el pavimento de distintas ciudades del mundo generaron un nuevo modo de protesta, una nueva forma de activismo artístico sexual que expuso el castigo a quienes se desvían de la heterosexualidad. Estas performances públicas de los cuerpos de las activistas contra el VIH/Sida son una manera adecuada para entrar en la presentación de tres grupos de artistas y activistas que, muchos años después y desde el sur del mundo, siguen esa herencia creativa de expansión del cuerpo como un medio político y creativo para denunciar e intervenir en el discurso normativo del régimen patriarcal que, luego de todas las revoluciones feministas que hemos vivido a escala planetaria, sigue intacto. El colectivo Las Tesis, La Yeguada Latinoamericana de Cheril Linett y la comparsa Guerrilla Marika son tres grupos chilenos que, con sus cuerpos en la ciudad, con su activismo que combina arte y protesta han abierto la discusión sobre la expansión de los límites de lo que entendemos como performance, teatralidad y resistencia, para darnos a conocer la potencia de las disidencias sexuales y de género en los espacios públicos. Modos de hacer arte y política sin las distinciones y límites que el pensamiento académico nos ha enseñado.
Las Tesis
“Un violador en tu camino” es el nombre de la performance del colectivo Las Tesis realizada por primera vez el 20 de noviembre de 2019 en algunas plazas y frente a la comisaría de Valparaíso, en pleno contexto del estallido social chileno. La acción movilizó a feministas y disidencias sexuales a participar de una toma del espacio público para denunciar la crueldad de un Estado policial que reprimió a manifestantes, cegando a más de 400 chilenxs durante los meses de protesta, además de existir denuncias de crueles prácticas de abuso en los cuarteles policiales. La convocatoria a “mujeres y disidencias” reunió a diversos cuerpos que protestaron de forma pacífica, mediadas por cámaras, a través de coreográficas y espontáneas performances contra el patriarcado en la calle.
La viralización de esta performance, que se tradujo de modo solidario en ciudades de decenas de otros países, hizo evidente que la mirada del feminismo estaba atenta a nivel global al modo de actuar de las fuerzas policiales que violan los derechos humanos. Sirvió como herramienta artística y política para enfrentar de modo escénico la violencia policial. El colectivo que convocó esta acción pop, lúdica con el dolor y creativamente feminista, fue enfático en invitar a manifestantes a usar ropa con la que sentían temor de salir a la calle. La performance ocupó la táctica de jugar con una ficción, una puesta en escena pública de prácticas de tortura y violencia, que espejeaban el horror que ocurría en las comisarías. Un feminismo que se distancia de la forma heroica y masculina del relato de la “primera línea”, como se denominó a aquellos grupos que se enfrentaban a carabineros en la Plaza Dignidad. En este caso, se expandió como una crítica mediatizada y colectiva de personas anónimas que, con una coreografía y un ritmo, se daban cita en medio de la ciudad. Su potencia está en la réplica callejera y en la pérdida de un nombre propio en pos de un colectivo que comparte las mismas violencias diarias en las calles.
La Yeguada Latinoamericana de Cheril Linett
La Yeguada Latinoamericana encarna el transfeminismo, entendido este como la unión no identitaria de corporalidades disidentes que van más allá de una forma única de ser mujer. En la figura de la yegua resignifican un insulto y proponen la utopía de una yegua-centaura, una entidad no-humana, un desecho queer que a través de la seducción interpela el masculino “caballo” de las fuerzas militares y de orden. Estas acciones – que ocurren entre el año 2017 y hasta el 2021 – se sitúan en un tiempo marcado por las revueltas feministas del año 2018 en Chile, en los contextos educativos donde se denuncia la violencia sexista.
La Yeguada participa de contextos públicos, marchas o intervenciones religiosas como una manada que se camufla entre los demás peatones o manifestantes para engañar el ojo a través de una colectividad de cuerpos que ocupan el espacio público de modo tranquilo hasta que desnudan sus culos como protesta. Al poner el culo en primer plano, en las acciones de la Yeguada no se ve el rostro que permite identificar a sus integrantes, y así se invierte la idea de la política que presenta al rostro como principal presentación. En los registros de sus acciones sí vemos rostros, pero estos son los de anonadados o reflexivos manifestantes alrededor de la acción de pose sexual, además de los gestos perplejos de la policía. Están jugando con los límites de la libertad sexual, denunciando abusos y abriéndose espacios en las libertades ganadas por travestis, drag queens, feministas y maricas que por años ocuparon sus marchas para protestar con sus cuerpos. Sus performances desbordan el rígido lenguaje de lucha por los derechos de la diversidad sexual y el feminismo. Toman otro rumbo, un movimiento de rebeldía. Intervenir las manifestaciones oficiales es algo que el activismo de disidencia sexual ha hecho históricamente, y es una memoria corporal y activista que la Yeguada Latinoamericana recupera en sus performances. Sus acciones evidencian la crueldad policial a través de un vestuario y coreografías que parodian los íconos patrióticos, nacionalistas y militares. Para el momento del estallido social, sus integrantes fueron gaseadas y golpeadas mientras desplegaban un lienzo con la palabra “asesinxs” frente a un carro policial en la Plaza Dignidad.
Entremedio del período de revueltas sociales en Chile surge Guerrilla Marika, grupo que se consolida como una comparsa queer andina y urbana. Ellxs es una familia, un colectivo de resistencias y complicidades entre maricas, lesbianas y travestis. Parte de su misión es una colectivización en torno a la memoria y la localización de la disidencia sexual a través de la danza andina que, mezclada con el vogue, trasladan un cabaret travesti a la calle, a las plazas y a las poblaciones a través de coreografías de cuerpas politizadas que queerizan las tradiciones populares del carnaval andino. Sus cantos evocan gritos de protestas de una comunidad disidente sexual que ha perdido a compañeras por el sida o la lesbofobia.
Han participado en eventos, como el día 22 de abril en conmemoración de los cincuenta años de la primera protesta de la diversidad sexual en Chile, y en convocatorias de grupos activistas por la memorias de violencia hacia disidentes sexuales. También en ferias y eventos públicos, como las fiestas que dan la bienvenida a la primavera.
Los grupos de baile andino se presentan en general de modo heteronormado; las mujeres bailan y los hombres tocan los instrumentos, o los hombres bailan en grupos separados. Los taconeos y los instrumentos de viento y percusión resuenan en distintas calles de Santiago con este colectivo, donde los roles de género de las comparsas andinas son invertidos. Bailarinas con látigos, extensiones de cabello que recuperan la memoria de una lucha social, donde conviven el negro y el magenta de una revuelta no heterosexual anticolonial. Defienden su figura de guerrilla porque se conectan con una memoria de un pasado político antidictatorial y porque surgen desde un proceso de proliferación de los movimientos sociales antineoliberales en el Chile de la última década.
La Guerrilla Marika se ha transformado en una pieza fundamental para reactivar la agitación de las disidencias sexuales desde los niveles artístico, colectivo, social y popular. Su trabajo territorial es un carnaval que interviene en marchas y carnavales populares no solo en el centro de la capital, sino también en poblaciones estigmatizadas por la delincuencia o la política.
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Estos tres grupos nacen desde los momentos de insubordinación social chilena reciente para ocupar la calle con brillos, bailes y performances de un modo creativo y así oponerse a la autoridad sin la violencia brutal que la policía ejerce diariamente. Estas acciones que ocurren en escenarios de crisis y conflictividad del siglo XX en el sur del mundo, sin autorización, se alimentan de un descontrol y desorden social para exponer la violencia y queerizar la calle, siguiendo la huella de los activistas que en los años 80 generaron protestas con sus cuerpos, y así también nuevos modos de arte para la transformación social.