Publicado en: THEATER DER ZEIT SPEZIAL: CHILE (08/2023)
En el 2018 filmamos en la Patagonia Chilena la serie de TV “Helga y Flora”, escrita por el padre de Catalina; Omar Saavedra y dirigida por Christian Aspee. Catalina era Flora y yo Helga. Siempre intuí que Omar había escrito a Flora para ella.
Esta es una entrevista sobre memoria y recuerdos; sobre familia y trabajo; sobre cómo Chile ha decidido lidiar con un período de la historia reciente que aún estamos tratando de entender, digerir y procesar. También sobre herencias teatrales y lo inexplicable que perdura en los legados no planeados.
Amalia Kassai:Este número de TdZ incluirá un artículo sobre el teatro chileno en el exilio en la antigua RDA. Puedes contarnos brevemente quién era tu padre, Omar Saavedra, y cuándo tuvo que exiliarse? Catalina Saavedra: Mi papá se fue exiliado a la Alemania Democrática el 74. Él trabajaba de editor de un diario en Valparaíso y ya estaba vinculado, obviamente, con la escritura, con el teatro. Él estudió Teatro, trabajó un tiempo en la Universidad de Chile. Pero en el momento de irse exiliado, era redactor jefe del diario El Popular de Valparaíso.
Yo tenía cinco años, sin entender nada. La desaparición de un padre presente, a un padre ausente por mucho tiempo. El exilio lo viví desde un abandono o una desaparición de un adulto importante para mí... De repente no estuvo más. La figura física de mi padre se transformó en una figura epistolar. A medida que fui creciendo, fui entendiendo que tenía un papá que existía solamente como una ilusión poética a través de las cartas... fui entendiendo el concepto de exilio.
AK:Él volvió por primera vez cuando tenías quince años, todavía en dictadura. CS: Sí. El 83 o 84. Era muy raro porque era este padre ausente mucho tiempo, y después aparece en el aeropuerto y mi conflicto era cómo llamarlo. Le decía “oye”, como que me daba pudor decirle papá. … Yo sabía que él había ido a Alemania, a la RDA, que no era cualquier Alemania, era la República Democrática Alemana, donde había algunas restricciones todavía. Era antes de que cayera el muro también. Y sabía que él se dedicaba a escribir y se había dedicado a hacer teatro. Ahí trabajó harto, con su amigo eterno, el Alejandro Quintana. Alejandro como director y mi papá como dramaturgo. Cuando murió, le hicieron un homenaje y vi un video con todas las cosas que hicieron en Alemania, yo nunca había visto esas cosas... él vivió treinta y siete años en Alemania.
AK:¿Cuándo empiezas a reencontrarte con él desde lo profesional? CS: Desde muy chica estuve relacionada con el teatro, a raíz de mi mamá, porque ella encontraba que yo era histriónica y me metía a clases. Entonces, lo mágico de esto es que yo he llevado, sin saber mucho, un camino lo más cercano a él. Cuando vuelve —o sea, empieza a volver— yo tenía dieciséis años y estaba en el colegio, y después él venía cada dos años. Hizo dos obras en Chile viviendo en Alemania: Pachamama y Amapola. Después yo elegí la carrera de actuación y coincidía en que volvía y veía un examen y después seguía viniendo cada dos o tres años, yo iba creciendo como actriz y él se fue haciendo mi fan. Él me empezó a admirar, me decía, “objetivamente, creo que eres una muy buena actriz”. (…) Bueno, y después trabajé con Alejandro Quintana.
AK:Cuando hicieron Fausto Sudaca, que escribió tu papá. CS: Sí, lo que me agradó realmente. Profesionalmente, en relación al encuentro con mi papá, fue su aceptación. Porque yo creo que él era bastante sincero en ese sentido. Entonces ahí, fue esa vez, y después a través de la serie que hicimos nosotras juntas y de su rol como guionista. También estuvieron las series Casa de Angelis, Volver a mí y Helga y Flora, que fueron las cuatro cosas en que, digamos, coincidimos.
AK:Después se quedó en Chile. CS: Sí, como un acto de rebeldía. Él hizo toda su carrera en Alemania, se transformó en un alemán más, pero siempre tuvo la tristeza del exilio. Creo que nunca se le ha dado como el valor real a analizar las consecuencias trágicas del exilio, de lo que significa el exilio para alguien. El exiliado es el último eslabón de la cadena trágica de lo que fue la dictadura. Y también con razón, porque obviamente una persona exiliada era mucho más “beneficiada” que un ejecutado, que un desaparecido, que una familia que le mataron a un familiar. Pero, así y todo, encuentro que no se han analizado en profundidad las consecuencias de ese acto, de desterrar a alguien. Mi papá siempre decía que él, que quiso mucho a Alemania, también la odió mucho, como una dualidad de sentimientos en relación al país que lo acogió. Entonces, cuando ya fue libre, ya sus hijos todos eran grandes, se le presentó esta oportunidad de venir a trabajar acá. Se suponía que venía por seis meses y nunca más se devolvió. Yo creo que se quedó para recuperar ese tiempo perdido de mierda que nos distanció, el que le quitó el exilio y lo veía muy feliz por recuperar a una familia. Creo que estuvo diez años aquí hasta que se murió, ahí se reencontró con este Chile raro, terrible.
AK:¿Cuál es tu reflexión, a propósito de los cincuenta años, sobre eso? Sobre el quehacer escénico hoy en día. ¿Qué piensas? CS: Yo pienso que no todo el mundo tiene el mismo objetivo de no olvidar, en relación al valor de la memoria. Y los que lo tienen, lo han tenido siempre y van a seguir en eso (…) Lo que pasa es que, claro, son cincuenta años, y tampoco es tanto tiempo. Tampoco es tanto como para agarrarlo para el hueveo, creo que todavía están los muertos muy calientes, mucha impunidad, hay muchas cosas muy terribles como para hacer un chiste de esto.