Pero siempre ha estado en llamas

Algunas voces de la escena chilena contemporánea contra el teatro
por Nicolás Lange

Publicado en: THEATER DER ZEIT SPEZIAL: CHILE (08/2023)

“Minga de una casa en ruinas” de Ébana Garín, bajo la dirección de Ébana Garín y Luis Guenel. Elenco: Ébana Garín

“Minga de una casa en ruinas” de Ébana Garín, bajo la dirección de Ébana Garín y Luis Guenel. Elenco: Ébana Garín | © Thomas Lenden

Deseo prologar este texto articulando la posibilidad de Chile como verbo, y no como sustantivo. Como acción más que como territorio. Como paisaje más que como país. Cuando Parra (Nicanor) menciona que “Creemos ser país y la verdad es que somos apenas paisaje”, imagino, sin el peso moral de la palabra creemos, la libertad de crear una dramaturgia-una escritura teatral desde ese lugar abierto, sin propiedad, con un abecedario no construido, pero con una premisa: que tiene límite. Que finaliza en Antártica, que finaliza en desierto, que finaliza en mar, y en el mar: cuerpxs. El teatro en Chile de cierta manera siempre está especulando sobre ese fin, con o sin cuerpxs.
            En las siguientes líneas conversé con entrevistadxs que sugieren un paisaje contemporáneo de teatro, y su recelo al teatro como palabra. Hay un flirting con la exploración muscular y vocal autobiográfica, el site specific en sitios de memoria, diarios de vida, hay deseos de buscar nuevas metáforas, y de volver a nombrar y decir esto es teatro, porque nosotrxs lo deseamos. El teatro chileno quizás está en ese deseo de nombrar cosas, aunque no exista lo nombrado, o no aparezca. Hay una búsqueda de nombres, y el lugar del cuerpo está en muchos casos anulado por objetos que lo reemplazan y enuncian su ausencia. Hay, en su mayoría, un silencio autoral a nivel escritural; omisión de palabras propias, ya que las palabras de las puestas en escena pertenecen a voces ciudadanas, a palabras que ya estaban ahí, pero que estxs artistxs jóvenes reordenan, conjugan y conjuran. La escritura se encarna en: el metro cuadrado de tierra de un proyecto inmobiliario fracasado en el socialismo de la Unidad Popular. Los sonidos que produce una masturbación vaginal con un micrófono de contacto. Series de llamadas ciudadanas en un teléfono público al lado de la casa de Gobierno. Y preguntas abiertas sobre: ¿Cómo se articula una construcción y búsqueda dramática en un país después de un fracaso de revolución, luego de un rechazo a una nueva Constitución ecologista, feminista, con derechos humanos de avanzada? ¿Cómo se escribe desde la tensión constante y la polarización política sin caer en la moral excesiva ni en binarismos del teatro anarquista de inicios del siglo XX? Las siguientes son voces que buscan renombrar un país, apellidos que buscan ser verbos, para traducir un momento de inestabilidad, mutación y amor al fracaso como tecnología de cambio.

I. Cómo Se Recuerda Un Crimen: No hay metáfora para el abandono
 

Comienzo hablando con Camila Roeschmann y Cecilia Yáñez. Ellas son las directoras del colectivo interdisciplinar Cómo Se Recuerda Un Crimen. El título en formato de pregunta-afirmación ya me lleva a algo abierto que agradezco en tiempos de ideas totales. Las llamo durante el sábado. En Santiago son las 8 A.M. He visto sus últimos dos proyectos: Cómo Se Recuerda Un Crimen: Proyecto Villa y UNCTAD III. El primero tensiona el territorio de memoria de la Villa San Luis en Las Condes. Es un proyecto de viviendas sociales construidas en la Unidad Popular de Allende, que imaginaba una lucha contra la segregación espacial-urbana. Durante la dictadura militar y el boom inmobiliario, mutó a un sitio abandonado, rodeado de empresas transnacionales, inventando el metro de tierra más caro en Latinoamérica.
            (...) Nosotras hablamos sobre períodos que no vivimos. Es una memoria que no vive en nosotras, pero que sí se manifiesta en la ciudad. Articulamos testimonios y archivos. Somos un colectivo feminista que está dialogando por otras disciplinas, es interseccional. No somos dramaturgas, escribimos porque la obra nos pide que escribamos. Buscamos que el contenido se vuelva acción, pero con poesía. Que la memoria colectiva, la memoria personal y la memoria del espacio se entrelacen en distintos tiempos.
            Recuerdo cómo en sus obras invitan en un gesto poético al espectador a sacar tierra en una pequeña bolsa plástica de esta villa en ruinas. O en la UNCTAD III, a tejer escuchando sobre el telar robado durante la dictadura. La sensación de sus proyectos es de una agudeza cirujana al hablar de conflictos, de desolación al leer la ciudad desde un fracaso. Actualmente trabajan en un proyecto sobre el río Mapocho. El valle del Mapocho es prehispánico. Antes de los españoles esto era inca, estamos hablando desde ese período histórico hasta hoy, lo que abarca la obra. Pienso en lo hermoso de esta épica, de un Fitzcarraldo pero con un río como protagonista, que lo único que transporta son los muertos, los muertos y el tiempo histórico como denuncia a la ambición. Sobre todo me conmueve la frase con que cerramos la conversación. Camila y Cecilia mencionan que es un proyecto contra el abandono, el abandono como horror contemporáneo y crisis de País. O como adjetivo del País. Pienso en el abandono de una memoria postdictadura, el abandono de la ternura chilena, el abandono del Estado a las disidencias y a los torturados, a lxs lanzadxs al río, al río mismo.
 

II. Las llamadas que nunca hice: Actos de fe en el voyerismo santiaguino


Juan José Acuña es un actor, músico y artista interdisciplinario. Estudiamos juntos en la Universidad de Chile. Me explica su último proyecto, actualmente presentándose en el GAM: Las llamadas que nunca hice. Le pregunto, ¿qué es?
            El teléfono es un juego. Es una invitación a jugar. La tensión es hasta donde entras en el juego.
            Personalmente, recuerdo cuando hice mi llamada bajo treinta grados de calor en la calle Nueva York, en pleno centro de Santiago, al lado de La Moneda. Antes de mí una señora que limpiaba la calle paró a hacer la suya, después de que un empresario sudado me preguntó si era algo comunista, respondí que no sabía. La instalación es democrática, pensé. Descuelgo el teléfono. Hay escritas instrucciones que voy siguiendo. Lo primero es una introducción con la voz de Juan Acuña explicándote que puedes realizar una llamada que nunca hiciste. Lo hago. Finalmente, da la posibilidad de escuchar una llamada anterior de algún otrx. La estructura es simple, efectiva y efervescente.
            Me gusta la idea de abrir un teléfono y abrir lo que hay dentro. El deseo era hablar de mí. De mis llamadas que nunca hice. De lo que nunca dije. Luego me interesó el lugar de desplazar esa biografía personal. Luego quedaron roles, sonidos, voces reales, que de alguna manera se inscriben en roles, desde ser la nieta, la hija, la persona que ama. Roles que comparten sus secretos sabiendo que serán escuchados. Es un pacto.
            Me fascina algo en el orden propuesto por Acuña. Su instalación invita a la acción de hacer una llamada a alguien que nunca hiciste antes, y luego de eso, das la posibilidad de escuchar otra llamada hecha, como si el lugar de voyeur fuera más fundamental que el que acciona.
            Pienso en el acto de fe. Porque lo haces sin esperar nada a cambio. Y es estético, porque si la escuchas primero tiendes a copiar el mecanismo. Hay una especie de descubrimiento. Es una figura que me gusta.
            Finalmente, Juan José me hace escuchar una llamada en la cual una mujer habla a Pinochet directamente, sobre la impunidad de sus crímenes intelectuales, y su conexión con el rechazo a una constitución ecológica, LGTBIQ+, de derechos indígenas. Es un texto muy directo, conmovedor, poderoso, pero fresco. Me conmuevo ante la rabia. ¿Cuántas llamadas hay en total?, es mi última pregunta.
            Cerca de 300.
 

III. Raúl Riquelme: El privilegio de no sentir nada


Veo a Raúl Riquelme en Praga, está presentando en la Cuadrienal junto al colectivo Complejo Conejo. Raúl tiene un año menos que yo, 27. Es un dramaturgo de la ciudad de Los Andes. Su dramaturgia se basa en el regreso a la democracia a Chile en los 90, y en el absurdo y la ironía de la corrección política chilena. Siento una gran influencia estadounidense en sus textos, pero con la tristeza capitalista chilena, como una navidad en verano, con un Santa Claus sudando en un mall, ganando menos de un dólar la hora. Recuerdo su obra, Dinosaurios en mi ventana, que habla sobre especulaciones de un chico queer mirando juguetes de dinosaurios, cierra con una frase que me conmueve mucho:
            Entonces pienso que al menos ellos tienen el privilegio de no sentir rabia. El privilegio de no sentir nada. El privilegio de estar muertos. Creo que esta frase capta perfecto la melancolía chilena, de comparación con un otrx al otro lado de la cordillera, desierto, océano o antártica, la abulia y la búsqueda de metáforas para hacer la vida digerible.
            Es un valor que el teatro no sirva para nada. No creo que la inutilidad sea absoluta. Hay cosas que a nosotrxs nos importan (como artistas), y que a la gente no le importan tanto. Es simple. O no le importan. ¿Y qué se hace con eso? Con el: Te quiero mostrar algo y a ti no te importa, ¿qué hago? ¿Busco otra manera de mostrar?
            Reímos. Luego hablamos de cómo la ampliación de nuestras casas de clase baja a media en el Chile regional relatan en medidas el crecimiento mutante, nuestra capacidad de narrar desde ese tránsito de clase, reconstruyendo, el exceso, la decadencia y el disfraz chileno. Hay gran nostalgia en ser queers de pequeños pueblos latinos, de espectar a nuestros padres surfeando la llegada del capitalismo, el blanqueamiento, el wannabe de Miami, la llegada del Internet; cómo escribimos y declaramos esa tecnología de la copia, del querer ser y no serlo lo suficiente; la vulnerabilidad como nuestra máxima tecnología.
 

IV. Nicol Rivera: Los puertos cyborgs y la lluvia


El futuro está en el agua, es fluvial, húmedo, ecoerótico y de fluido cyborg.
            Con esta frase correspondiente a su Lecture Performance Future Fluids, comenzamos a conversar con Nicol, quién vive en Berlín. Hacemos un Zoom. Sonreímos antes de hablar. Existe la complicidad de que somos de la misma ciudad al sur de Chile, Puerto Montt (como Raúl Ruiz), habitantes del inicio de la carretera austral que lleva a la Patagonia chilena, y que aún conserva el nombre de un dictador. Hablamos de nuestra adolescencia, creciendo y buscando nuevas maneras de nombrar cosas en el ambiente queer puertomontino.
            Nicol está finalizando su doctorado en Filología en la Universidad de Leipzig. Su trabajo está enfocado en performance desde una perspectiva tecnofeminista. Me comenta que este recorrido comenzó con su tesis de pregrado, en Valparaíso, cuando empezó a elaborar sus propios dispositivos técnicos entre cuerpo e interfaz en escena. La performance le permitió entrar en ese arte de acción. Tomó clases de electrónica, aprendió a hacer circuitos y a jugar con micrófonos de contacto.
            Debí buscar un nombre a lo que hacía, y darle un nombre.
            Pienso en que sus palabras me portan a la génesis de este prólogo, a nombrar. Le pregunto por su proyecto, Noise From the Matrix. Ya me había relatado su recorrido en festivales cuando nos encontramos en Berlín dos años atrás. Vemos unos videos. Nicol explica:
            Es mi cuerpo en escena, cuerpo de mujer tecnofeminista migrante. Y cómo la acción de la masturbación permite trae voz a ese cuerpo, y a un espacio que fue delegado a labores reproductivas, y decir “existo”. Quiero concentrarme en el placer y no en la reproducción.
            ¿Cómo articular una narración vaginal?, le pregunto.
            Mis líneas escriturales siempre están cruzadas por el deseo, siempre tienen variaciones, depende del momento, es un acto súper íntimo, es darle sonido a un útero, es mostrar la escritura interna, el sonido de la carne.
            Es una obra radical en su potencia y vulnerabilidad. Pienso en nuestros tránsitos. En ser inmigrantes en la UE desde Puerto Montt. En nuestra habla de las poblaciones donde vivimos, y la extrañeza, la temperatura sureña que enlaza nuestros proyectos; como si hablar claro no fuera opción, o como si todo tema estuviera distorsionado por el sonido constante de la lluvia, el extremo verde, y la noción de puerto latinx de noche.
 

V. Ébana Garin: Devenir casa


El 2017 viajé junto a Ébana y realizamos unas residencias de creación en Le Château de Monthelon, en Francia, y en Grand Theatre, en Groningen. En intentos de traducción escénica de su investigación sobre el primer grupo latinoamericanx (chileno) de vanguardia, llamado Los X. Antes de conocernos, Ébana ya giraba internacionalmente, como directora y performer, con su obra La Clínica, donde manipula de modo coreográfico y cirujano el cuerpo desnudo de otra intérprete (Camila Karl) sobre una cama metálica. Luego abre un agujero en la pared de su apartamento y ese cuerpo atraviesa ese espacio.
            Su proyecto actual, codirigido por Luis Guenel, Minga de una casa en ruinas, consiste es el desmantelamiento, transición y movimiento de una casa en Chiloé. Literalmente, ellxs encontraron una casa en la isla, y la desarmaron con la idea de hacerla girar, transitar, devenir madera y casa nuevamente. La palabra minga (palabra que nace en la isla de Chiloé) es eso, el transporte de casas, a veces incluso a través del mar. Esta obra es una historia de amor y destrucción, de qué queda cuando se destruye algo. O… ¿qué se transporta cuando me transporto? Creo que el gesto de Ébana es romper y abrir espacios, como si dentro de las cosas estuvieran las palabras, no las respuestas, sino la sintaxis de recuerdos e imaginaciones. Ambos con la misma validez.
            Por eso termino este artículo con su obra, donde el texto se funde con la acción de mover kilos de madera y de hacer levitar algo muerto. Es un trabajo contra la muerte, o el intento milagroso de hacer volar algo pesado sin el miedo a que vuelva a caer.
 

Epílogo


Estoy en la sala de espera en el aeropuerto de Praga, camino a Florencia. Edito. Mis amigxs entrevistadxs me mantienen a flote con sus metáforas. Tengo veintiocho años, soy un chicx queer chileno y creo en el arte hecho para mis amigxs. Al otro lado del celular mi abuela muere de cáncer por el sistema de salud chileno. También crece la ultraderecha en el mundo, y en Chile. Y yo sigo pensando en la inutilidad, pero no mirando las estrellas, porque creo que lo que buscamos está de cierta manera enterrado. ¿Qué lenguaje se puede articular luego de que lanzaron el cuerpo de homosexuales al Océano Pacífico, con concreto en los pies? ¿Qué nos queda como abecedario, si solo tenemos un desierto lleno de ropa, sin cuerpos que la llenen? Las palabras de mi generación, generación que desea la muerte de verdad, y a veces de mentira, son eso: conjuros para encontrar un cuerpx en el océano, o el desierto. Creo que el usar el nombre de país como verbo es un enfrentar ese vacío de paisaje, una apuesta. Una llamada secreta, un metro de tierra muerto, un dinosaurio vivo. Estxs artistxs usan sus conjuros contra el capitalismo, contra la abulia. Son verbos y no teatro. Verbos para protegerse del futuro, efervescentes y tristes, delicadxs, poéticxs, inmorales e inconformes, tiernxs. Casi en su mayoría son escritorxs que editan voces ya existentes, como la primera categoría de poetas griegos. Nosotrxs estamos escuchando al mundo por primera vez, aunque parezca estar terminando.

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