Reverberaciones de una memoria colectiva en Chile

Ecos de la dictadura en el cuerpo
por Florencia Rioseco

Publicado en: THEATER DER ZEIT SPEZIAL: CHILE (08/2023)

Georgia del Campo | AMAS

AMAS [Arqueología de la Memoria del Acoso Sexual] de Georgina del Campo Andrade | © Paulina Durán

Este 11 de septiembre de 2023 Chile conmemora cincuenta años de la dictadura cívico-militar que se mantuvo durante diecisiete años en el poder. El escenario en el cual el país recibe esta conmemoración está muy lejos de la reparación: miles de cuerpos sin paradero y crímenes de lesa humanidad aún sin culpables. Las heridas que dejó esta dictadura en Chile se mantienen muy vivas hoy en distintas esferas de nuestra historia. Estas cicatrices se asientan en aquellas estructuras que componen las partes más abstractas de nuestra colectividad social y por las cuales desarrollamos nuestro cotidiano; la manera en la cual percibimos el miedo, por ejemplo, nuestra relación con la ley y la autoridad y la forma en la cual corporeizamos, en general, nuestra experiencia con el mundo.
            Allí, en la práctica de ser cuerpo, es que surge la potencia sutil que se transforma en materia de creación artística de múltiples disciplinas. De manera simultánea, el cuerpo es el lugar en el que reside la memoria. Y también, el que sobrevive, resiste o cede a las violencias estructurales de nuestro mundo abigarrado[1]. En este último punto, respecto al efecto con el cual la violencia de la dictadura reverbera como un eco en un cuerpo, ha habido muchos trabajos significativos por parte de destacados y destacadas artistas, quienes han utilizado el cuerpo como una herramienta de resistencia en medio de la crudeza: el Colectivo Acciones de Arte (CADA); las Yeguas del Apocalipsis; El Trolley y el Teatro Fin de Siglo, entre algunos otros, son indispensables para cualquier lectura sobre investigación escénica en Chile y América Latina. Sin embargo, en el marco de conmemoración de los cincuenta años del Golpe de Estado en Chile, también es importante abrir espacios para mirar aquellos trabajos escénicos que se hicieron post dictadura.
            Este texto surge de manera conjunta presentando una estructura que se divide en dos grandes conceptos. El primero es la memoria. Aquí escriben: la creadora y gestora Tania Rojas; la coreógrafa y pedagoga en danza Fernanda González; la Premio Nacional de las Artes Escénicas Presidente de la República 2022, Paulina Mellado; y la Becaria Fondart para la Maestría en Estudios Culturales de América Latina de la Universidad de Buenos Aires Vesna Brzovic. En este texto reflexivo en torno a la memoria aparecen ideas tan diversas como quienes las escriben. La impronta de las memorias colectivas de Tania Rojas y Fernanda González, por ejemplo; así como los “malestares del sujeto” a los cuales refiere Paulina Mellado para hablar de su obra El lugar del deseo, figuran como huellas de aquellos sentires que todavía no encuentran lugar luego del trauma. Allí mismo, la escritura de Vesna Brzovic hace guiños a la experiencia de sobrevivencia a la violencia por la que pasaron mujeres y disidencias sexuales en dictadura.
            El segundo concepto es “territorio y espacio público”; aquellos lugares por donde la dictadura erigió su institucionalidad, donde mutiló identidades sociales y donde arrasó con el sentido de pertenencia y comunidad. Aquí escriben: la directora, bailarina y docente Georgia del Campo; seguidamente, uno de las agrupaciones con más trayectoria en danzas en el espacio público, el Colectivo Danza en Emergencia; y finalmente, el artista escénico y creador de Las Danzas Calle, Francisco Bagnara.
 

I. Sobre memoria


Tania Rojas
Pluralizar, incitar y acoger son las premisas que impulsan el deseo, para así poder transitar de manera comunitaria, algo tan subjetivo como las vivencias que circundan un hecho que traza la historia contemporánea de nuestro territorio.
            Así como hoy nos referimos a “las danzas”, también existe un afán por referir a “las memorias”, asimilando que estas diversidades habitan las anatomías de quienes contienen las narrativas que están dispuestas a ser abordadas y afectadas. De esta manera, se dispone un origen colectivo donde el cruce de biografías y miradas abren la posibilidad de movilizar una memoria institucionalizada, quieta, esquiva y muchas veces negada, y es en este punto, donde se genera el espacio para la creación.
            Tomo como punto de referencia los “cuerpos liminales”[5] que conforman colectivos que instalan la búsqueda de cuerpos, justicia y reparación. Son estas agrupaciones y sus códigos performáticos las que inspiran los trayectos de quienes son convocados a accionar en las propuestas que se disponen, generando diálogos corporales transgeneracionales, empáticos y situados.
            Venceremos y será hermoso (Rojas y Redlich), Tríada y 50 años 50 cuerpos son piezas que se centran en la poética de lo masivo, en un “soy un somos”[6], en un cuerpo coral que instala una posición ante el negacionismo a través del movimiento y la reflexión. Se generan, así, paisajes sensibles que invitan a reinscribir y a reapropiarse de relatos necesarios en todos los tiempos y espacios.

Fernanda González
Al pensar en lo colectivo aparece la sensación de que esa piel contenedora que me conforma – en tanto individuo – tuviera por sus poros líneas imaginarias que se vinculan y tejen con las demás personas que conforman una obra.
            Si trabajo la memoria de forma colectiva, comprendo esa unión e historia que nos vincula. No la hablamos siempre, pero es tácita y está contenida en nuestros cuerpos.
            Nuestra identidad no es sólo individual, sino que se traspasa en lo que sucede en mi comunidad; los cuerpos y sus memorias son protagonistas y puente de todo aquello que acontece. Aquello que se co-construye en una práctica escénica o performativa con otros es comprenderse como parte de ese todo, con todas las particularidades que nos conforman.
            Las prácticas colectivas, que investigamos y profundizamos con más prácticas, devienen de acumulaciones que cada cual trae consigo, de los performers que la componen, la danza en espacios públicos o “no lugares”, que es donde hemos investigado constantemente con AnilinA Colectivo, acumulan experiencias desde ese espacio. En las prácticas colectivas no hay una persona que controle la situación, sino que esta se va tejiendo desde los huesos. En la sincronía, en la construcción en tiempo real; al escuchar recuerdos, al percibir cuerpo y entenderme con otros y otras, acumulo más memorias e historias. Así, los espacios se resignifican desde lo disciplinar y desde una dramaturgia colectiva. Entendiéndose en tanto cuerpo colectivo, aparece la memoria colectiva.

Paulina Mellado
“Lugar del deseo” fue una coreografía que surgió en el año 2000. Hablar del deseo este año fue hablar de cuerpo como lugar en que se localizan ciertos malestares del sujeto. La coreografía trata de cuatro jóvenes donde el problema del otro como acto de fuerza entra en la dimensión de deterioro y desgaste por las relaciones en que se evidencia la carencia y la falta del otro. El año 2000 es un momento de transición un tanto encubierto, donde las situaciones no se manifestaban abiertamente. Veníamos de tener un cuerpo impactado por el miedo, donde el flujo de la existencia podía ser interrumpido sin previo aviso. Es así como el cuerpo aparece como el lugar de comparecencia tanto en lo social como en lo político y lo cultural; es desde allí que se puede instalar un manifiesto posible de profunda insatisfacción, de que no es posible llenar el vacío de algo que estará permanentemente inconcluso.
            “Lugar del deseo” traduce esa disconformidad a partir de su propuesta kinésico-expresiva, en donde los cuerpos narran por los gestos, por los contactos, por la mirada inquisitiva o la mirada sumisa, la contracción dolorosa, los choques contra el muro, el acoso sin tragedia, las huidas sin aliento, esperando descubrir en la retórica corporal el encuentro con el otro que finalmente nunca es posible, comprobando así que el deseo no encuentra lugar.

Vesna Brzovic

“La culpa no era mía ni dónde estaba ni cómo vestía”[7]

Este epígrafe no solo nos trae un pedazo de nuestra historia reciente, sino que también logra describir la emergencia que significa ser un cuerpo feminizado o disidente en territorio latinoamericano.
            Pensar la dictadura y ser un cuerpo sobreviviente de violencia cuando conmemoramos cincuenta años desde el Golpe de Estado, trae consigo una cruenta verdad: ya no estamos bajo el orden de la dictadura, pero existen violencias que se ejercen sobre algunas corporalidades que gozan de igual vigencia.
            El consenso como ejercicio de paz que se constituyó postdictadura fue un gesto que embalsamó el pasado para mirar hacia el futuro, pero la memoria no es algo que se pueda aquietar. Este pasado vive encarnado en nuestros duelos personales, colectivos y familiares, en nuestras luchas y nuestros cuerpos.
            A cada cuerpo, su propia tortura. Una condición que acaece sobre nuestros cuerpos es ser víctimas de un tipo de violencia que se conecta directamente con nuestra condición de género. Un cuerpo que la sociedad cree tener la potestad de definir, violentar, corregir, minimizar, ocultar, atrapar y violar. Un cuerpo que ha aprendido a construir una fortaleza a partir de la resiliencia cotidiana que es obligado a asumir.
            Gracias a la conciencia colectiva de que el dolor y la resistencia son una marca particular y común a nuestras corporalidades, es que hemos desarrollado estrategias creativas y lenguajes estéticos alimentados por el desasosiego. Desde las Yeguas del Apocalipsis hasta la Yeguada Latinoamericana, nuestras cuerpas se han encargado de denunciar desde la carne el dolor cotidiano que significa ser quienes somos. Las Tesis, denunciando de manera performativa que a un sufrimiento común se le hace frente de manera colectiva, da cuenta de que las estrategias que se levantan a partir de momentos de resiliencia están llenas de nuevos imaginarios posibles que se contraponen a la narrativa de la dominación y la violencia.
 

Sobre territorio y espacio público


Georgia del Campo
El cuerpo es un territorio. Un espacio geográficamente referenciado, que tiene límites e interiores marcados por presencias que tienen vacíos. Los cuerpos son territorios que tienen marcas de violencias que se traducen en miedos. Entonces, cuando hay cuerpos que colectivamente tienen estas ausencias, surge una pregunta sobre cómo estas violencias marcan nuestras maneras de ser. Por lo mismo, algo fundamental es desbloquear el negacionismo.
            En Chile se ha hablado de la dictadura en términos de un relato de los hechos, pero hace falta sumar algo respecto a cómo esas presencias, ausencias o vacíos aparecen de manera concreta en nuestros cuerpos. Desde ahí, desde cómo eso existe en un interior corporal, pienso en la generación de estrategias para “poner fuera del cuerpo”, es decir, dotar de materialidad a esas sensaciones que – al ser sensaciones – se quedan en un terreno inmaterial y, por lo tanto, incomunicable o difícilmente comunicable a otros.
            Es importante seguir poniendo al cuerpo en movimiento y ponerlo en relación con otros cuerpos que estén dispuestos no solo a escuchar, sino también a interactuar y a ponerse en relación con registros corporales de otras personas. Así, en el ejercicio de “poner afuera” se levanta una posibilidad de reparación en relación al vacío.

Colectivo Danza en Emergencia
La dictadura en Chile es un quiebre en la historia, una herida que sigue abierta: preguntas sin resolver, leyes vigentes, cuerpos desaparecidos y danzas no bailadas. Lo transgeneracional se hace presente en nuestro modo de vincularnos con la política, el miedo, la forma de habitar la ciudad. En ese sentido el cuerpo, como el lugar donde se inscribe lo social, es un cuerpo que también porta todas esas historias.
            De allí que la danza, en tanto práctica corporal, aparece como una posibilidad de crear y vincularse a través de modos distintos a los que ofrece la vida moderna, que se reduce a trabajar para vivir y donde los imperativos de bienestar imponen nuevos modos de consumo, en el cual las artes también han pasado a ser un producto individual que impone “lo que es el arte” en lugar de levantarlo desde lo que emerge naturalmente.
            El uso del espacio público da una posibilidad de democratización al acceso y levantamiento de prácticas corporales y relacionales, donde artistas pasan a ser simples personas y las clases se mezclan en espacios comunes, generando posibilidad de vínculo, de recreación y de realidad.
            Habitar el espacio desde la danza, poner el cuerpo en movimiento en espacios públicos es vincularse a través de nuevos modos de habitar la ciudad y es también reconocernos con personas con las cuales compartimos memorias que nos atraviesan, nos duelen y nos conforman para una corporalidad colectiva que moviliza.

Francisco Bagnara
La palabra que más repite la gente al respecto de la performance o de las danzas que hacemos en la calle siempre son tres: libertad, liberación y libre. La libertad como un gran valor, la liberación como la acción hacia esa libertad y libre como un adjetivo, como una forma de ser o una característica de estar en el mundo.
            El arte en general permite propiciar espacios de liberación y la danza tiene una potencia reveladora, de provocar al espectador a pensar cosas escondidas.
            Respecto a la dictadura, no sé si se podrá borrar esa huella de represión y esa falta de expresión, pero la danza es un arma para enfrentar esa historia. Yo la quiero ver como un arma y lo que dispara es la libertad. Las balas que nos tiran las podemos devolver con danza, pero no en un sentido no menos violento, porque la danza tiene que tener esa violencia también; de irrumpir, de molestar, especialmente en el espacio público. Como seres humanos, independiente del color político, la experiencia o el privilegio, presenciar danza abre esa ventana humana de percepción. La danza debe tener ese objetivo primordial: traer violentamente al presente.


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[1] Rivera Cusicanqui, S., Un Mundo Ch`ixi es posible: Ensayos desde un presente en crisis, Buenos Aires: Tinta Limón, 2014.
[5] Concepto de Ileana Diéguez
[6] Concepto de Verónica Pérez
[7] Las Tesis, Un violador en tu camino, Performance participativa, 2019.

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