La herencia africana de México
Prueba de lo invisible
La fusión de la cultura indígena con la española está presente en México, pero la herencia de la población afrodescendiente del país es invisible. Aunque esta comunidad ha contribuido enormemente a uno de los símbolos más importantes de la identidad y la cultura mexicana: la Virgen de Guadalupe.
De Veka Duncan
La Virgen de Guadalupe es un bastión del mestizaje mexicano, sin embargo, en nuestro imaginario pareciera solo representar la fusión de la cultura indígena con la española. En esa historia hay un tercer excluido: los afrodescendientes. A pesar de un creciente esfuerzo por visibilizar su herencia en México, aún no se ha reconocido lo suficiente, no obstante la importante contribución de esta comunidad a la construcción de uno de los mayores símbolos de la identidad mexicana: la Virgen de Guadalupe.
Uno de los casos más divulgados en el rescate de la raíz afrodescendiente de México es el de Juan Correa, pintor novoshipano que llegó a ser maestro, escalando en la jerarquía de su gremio e incluso teniendo su propio taller con aprendices. En la narrativa de la historia del arte y la sociedad virreinal, Correa se ha usado para ejemplificar la movilidad social de su casta, en gran medida desde una visión que, si bien no justifica el sistema de castas, sí suaviza su presencia e implicaciones. Si bien es cierto que no fue el único “mulato”, “morisco” o “pardo” en la pintura, el caso de Correa no deja de ser excepcional y, por lo tanto, no refleja la experiencia de la mayoría de los afrodescendientes en el virreinato. Sin embargo, esa excepcionalidad nos permite acercarnos a las preocupaciones de las castas afrodescendientes, entre ellas la de su representación en la cultura visual de su época.
Entre los artistas de origen africano en el gremio de pintores novohispanos, destacan junto con Juan Correa los nombres de José de Ibarra y Miguel Cabrera. Al contrastar su obra, resulta sorprendente que estos tres pintores mulatos se ocuparan de la Virgen de Guadalupe. Así, los pintores afrodescendientes de la Nueva España contribuyeron a la construcción de su imagen. El interés de estos artistas por representar a la Virgen de Guadalupe por supuesto está enmarcado por su contexto religioso y social, pero no deja de llamar la atención que ejercieran una influencia tan notable en la iconografía guadalupana al tratarse de “la Virgen morena”; más aún si consideramos que algunos de estos pintores se preocuparon por dejar huella de la presencia de sus castas en sus lienzos, ya sea representando a personajes de tez oscura o, como en el caso de Juan Correa, refrendando su condición en su firma: “Mulato libre, maestro de pintor”.
La obra de Correa está íntimamente ligada a la historia de la devoción guadalupana, pues sabemos que fue el primer pintor en realizar una calca del ayate original de la Virgen de Guadalupe. A partir de ese momento realizaría numerosas obras relacionadas a su culto, con lo cual también jugó un papel fundamental en impulsarlo. Pero no fue la primera vez que Juan Correa incorporó rostros “morenos” a su trabajo, es frecuente encontrarnos en sus pinturas con personajes que muestran claros rasgos afrodescendientes. Esta diversidad racial que presenta en sus obras, aunado a su insistencia por incluir su casta en su firma, muestran una intención por ver a su comunidad representada en el arte. Esta preocupación por la representatividad de los afrodescendientes no sorprende a la luz de los datos biográficos que se han reunido sobre el pintor.
"No fue la primera vez que Juan Correa incorporó rostros “morenos” a su trabajo, es frecuente encontrarnos en sus pinturas con personajes que muestran claros rasgos afrodescendientes. Esta diversidad racial que presenta en sus obras, muestran una intención por ver a su comunidad representada en el arte"
Sabemos que su padre fue también excepcional, pues no solo fue un hombre afrodescendiente que llegó a ser cirujano del Tribunal del Santo Oficio y catedrático de la Real y Pontificia Universidad de México, sino el primer médico en hacer una disección anatómica en la Nueva España. De su madre, se sabe que era una mujer afrodescendiente de nombre Pascuala de Santoyo, quien se reconocía a sí misma como “morena” de padres “negros”. La posición social que su padre y él lograron lo convirtió en un destacado miembro de su comunidad. Esto podría explicar su interés por ver la diversidad étnica de la Nueva España representada en sus obras y, por lo tanto, reconocida por la sociedad de su época. Esta misma diversidad cobró mayor importancia a través de la imagen y el culto de la Virgen de Guadalupe.
José de Ibarra fue otro pintor mulato que jugó un papel fundamental en el impulso al culto guadalupano, así como en la construcción de su iconografía. Alumno de Correa, e hijo de un barbero “morisco” y una “mulata libre”, de Ibarra también logró un gran reconocimiento. Sin embargo, a diferencia de su maestro, él no firmaría como mulato e incluso podríamos decir que negó su origen afrodescendiente, pues en los documentos que se han recopilado sobre el pintor se identificaba a sí mismo como “español”. Este hecho también se ha interpretado como señal del ascenso social que las castas afrodescendientes podían lograr a través de oficios como la pintura.Es decir, que la pertenencia a una casta no solo consideraba factores étnicos, sino también la jerarquía que uno guardara en la sociedad.
A pesar de no autodenominarse como mulato, resulta interesante que de Ibarra sea otro pintor afrodescendiente que realizara lienzos de temas guadalupanos. Éstos, además, no fueron obras menores, una de ellas fue elegida para la procesión que celebró la confirmación de la Virgen de Guadalupe como patrona de la Nueva España, el 9 de noviembre de 1756 en la Ciudad de México. Es probable que fuera elegida por tener dos caras: de un lado la Virgen de Guadalupe y del otro Juan Diego, el indígena que atestiguó su aparición. De esa celebración, otro dato llama la atención: la presencia de todas las castas y grupos étnicos en la procesión, siendo la cofradía de “negros” la primera en salir, seguida por los mulatos, los “indios” y, finalmente, los españoles. El vínculo de la Virgen de Guadalupe con la diversidad racial de la Nueva España y, por lo tanto, de México queda claramente evidenciado en esta celebración.
Para hablar de la iconografía de la Virgen de Guadalupe, es indispensable mencionar a Miguel Cabrera, pintor guadalupano por excelencia. Si bien se conoce poco de sus orígenes, es generalmente aceptado que fue mulato debido a una fe de bautismo atribuida a él en la que se documenta que era de padres desconocidos y adoptado por padrinos mulatos. Sin embargo, una investigación reciente lo ubica como miembro de la congregación de los concepcionistas, reservada para españoles y en la cual él mismo se asume como perteneciente a esa casta – aunque podría ser un caso similar al de José de Ibarra, en el que su prestigio como pintor le valiera el reconocimiento de español. A pesar de no poder afirmar que Cabrera fuera otro pintor mulato, no deja de llamar la atención que sea una firma más que se ha relacionado a esa casta y que dejó huella en la representación de la Virgen de Guadalupe.
El interés de los pintores mulatos del virreinato por representar a la Virgen de Guadalupe pone de relieve la huella afrodescendiente en la construcción de los símbolos que generan identidad entre los mexicanos.